Tendiendo puentes entre el psicoanálisis y la ciudad

‘Espíritu sagrado’: ¿Sueñan los infelices con renaceres cósmicos?

En el siguiente texto, el autor ofrece una lectura subjetiva de la película Espíritu sagrado (Chema García Ibarra, 2021). Dado que se mencionarán aspectos cruciales de la trama, se recomienda no acudir al texto sin antes haberla visto.

En el inicio del filme que va a ocuparnos, una niña llamada Vero lee a su clase una redacción sobre la importancia del bautismo para evitar que grupos satanistas roben a los recién nacidos. Señala Vero que los bebés “subnormales” no sirven a los propósitos de los rituales satánicos. “Lo bueno de tener un hijo subnormal es que no tienes que preocuparte de que te lo roben. Lo malo, es que es subnormal”, asegura la niña. El contraste entre la voz infantil de Vero y lo horrible de tal afirmación -además de anunciarnos que no vamos a ver un film políticamente correcto- produce el primer momento de extraña comicidad de la película.

Pero la frase de la pequeña no es gratuita sino que contiene, como veremos, la premisa de Espíritu sagrado. Vero es la hermana gemela de Vane, que lleva días desaparecida. Quizá la han robado.

En el barrio obrero de Elche (Valencia) que sirve de escenario a la película circulan inquietantes rumores. Una señora que frecuenta el Bar Charly habla de mafias rumanas que se dedican al tráfico de órganos o bien de una mujer viuda a la que el espíritu de su marido le está haciendo la vida imposible.

José Manuel, el dueño del Bar Charly, es el personaje bisagra entre las dos tramas principales del film: la de la desaparición de Vane y la de la ufología. En efecto, José Manuel forma parte de un grupo liderado por Julio Expósito, un empresario que testimonió años atrás de su supuesta abducción extraterrestre. El grupo se reúne en la inmobiliaria propiedad de Julio, en cuyo cartel de la entrada una pintada nos avisa que “estafan a familias pobres”. Julio muere y, como vocal del grupo, José Manuel hereda su labor inconclusa: los preparativos para el encuentro con una entidad alienígena.

Él y sus compañeros del grupo de ufología anhelan el momento en que los extraterrestres vendrán a llevárselos para poner fin a una existencia terrenal desesperanzada. Pese a que las demenciales frases que oímos decir a estos personajes nos produzcan -como la redacción de Vero- unas ganas de reír casi culpables, la mirada de Chema García Ibarra nunca se fija en ellos para burlarse ni para juzgarlos.

Sabremos que José Manuel es el tío de las gemelas y también el responsable de la desaparición de Vane, a la que mantenía oculta en el sótano del bar. El plan consistía en entregarla a Julio para que una fuerza cósmica, el espíritu sagrado del título, tomase el cuerpo de la niña. Pero la niña es sustraída del sótano y reaparece en Turquía, donde la madre va a buscarla.

Vero queda al cuidado de su tío José Manuel, a cuyo encuentro sale un hombre que asegura ser Julio en otro cuerpo y le da las indicaciones para completar el plan: Vero albergará al espíritu sagrado. La pequeña consiente a la transformación, pues así podrá traer de vuelta a su hermana.

Pero Espíritu sagrado no concluirá mostrándonos cómo una niña se transfigura en una divinidad intergaláctica. Se nos revelará, por el contrario, que Julio Expósito era un pederasta que guardaba material pornográfico infantil en una taquilla, y que Vane había sido entregada en Turquía a la “mafia de los ojos” para extraerle las córneas y usarlas en trasplantes. La intervención policial logra impedir que su hermana Vero sufra el mismo destino.

A lo largo de la trama, se oyen en escena una serie de mensajes. No sólo los de los parroquianos del Bar Charly o los de iluminados que ofrecen charlas en domicilios. Destacan secuencias saturadas por el sonido de televisores o de móviles emitiendo discursos sobre alcanzar la inmortalidad u otros enunciados que presentan al hombre prehistórico como el primer emprendedor. Mensajes que proponen formas tan delirantes como ineficaces de hacer algo con el propio malestar, que José Manuel y sus compañeros han creído como pobres infelices. Ellos se defienden de la noción de mortalidad -y de paso, de la grisura de sus vidas- creyendo que sus cuerpos son únicamente el contenedor de sus almas, y que éstas se desplazarán por diferentes cuerpos hasta hallar la perfección. “(…) el animismo -afirma Freud en Tótem y tabú (1913)- es la teoría de las representaciones del alma; en sentido amplio, la teoría de los seres espirituales en general. (…) Se supone que [el ser humano llegó al sistema animista] (…) por la observación de los fenómenos del reposo (con el sueño) y de la muerte y por el esfuerzo realizado para explicar tales estados, tan familiares a todo individuo. El punto de partida de esta teoría debió de ser principalmente el problema de la muerte.”[1] Los personajes de Espíritu sagrado se parapetan tras un pensamiento animista porque no quieren saber nada de la muerte, ni tampoco de la responsabilidad por los propios actos. José Manuel entrega consecutivamente a sus sobrinas gemelas sin cuestionarse a quién las ofrece ni reparar en el dolor que está causando a su propia familia. Si se aspira a la eternidad, lo que se hace en vida no tiene consecuencias.

En Psicopatología de la vida cotidiana (1901), un trabajo anterior a Tótem y tabú, Freud sostiene que el creyente en lo sobrenatural ubica en elementos externos las causas de sus actos: “Creo, en efecto, que gran parte de aquella concepción mitológica del mundo que perdura aún en la entraña de las religiones más modernas no es otra cosa que psicología proyectada en el mundo exterior. La oscura percepción (…) de los factores psíquicos y relaciones de lo inconsciente se refleja (…) en la construcción de una realidad sobrenatural que debe ser vuelta a transformar por la ciencia en psicología de lo inconsciente.”[2] La apuesta de Freud es clara: lo que debe descifrarse no es una fenomenología paranormal sino el inconsciente de quien atribuye tal fenomenología a las causas que determinan su vida.

Uno puede creer que su existencia está regida por gobernantes malvados o por deidades extraplanetarias, pero eso no le exime de su propia responsabilidad. Finalmente, Espíritu sagrado ofrece un comentario incisivo sobre la vida en ciertos barrios obreros. Efectivamente, el filme muestra cómo gozan esos parroquianos difundiendo rumores sobre oportunos hombres del saco que extraen los órganos de sus cautivos. Estos rumores se suman a las habladurías que mezclan tanto la queja por no disponer de mayor poder adquisitivo como el disfrute en la desgracia ajena. Sin embargo, el Otro maligno de esos dichos no le sirve al vecindario -como sí lo hacía la figura del lobo en los cuentos infantiles- para proteger a los niños. Porque no prestaron atención a la pintada en la inmobiliaria de Julio Expósito, la que les advertía que “estafa a familias pobres”. No sólo las estafaba, sino que desplegaba una delirante treta de abducciones extraterrestres para poder abusar de sus hijos. En definitiva, el hombre del saco no provenía de un país extranjero, sino que estaba bien instalado entre los vecinos.

Para concluir, volvamos al discurso que abre la película -y el texto-. Conociendo el desolador desenlace, podemos ver ahora cuán acertada resulta la redacción que defiende Vero. La pequeña no es la hija “subnormal” descartable para terribles usos de su cuerpo, sino que es el valioso objeto que pueden arrebatar empresarios sin escrúpulos a familias precarias. Así, tras su apariencia de comedia surrealista, Espíritu sagrado termina desvelando un amargo mensaje sobre la desigualdad social. Sobre aquellos que tratan de soportar su existencia creyendo en imposibles renaceres cósmicos, ciegos al verdadero Otro que les engaña manipulando sus expectativas.


[1] Freud, S. “Tótem y tabú”, en Obras Completas Vol. III, RBA, Barcelona, 2006. Pag. 1795.

[2] Freud, S. “Psicopatología de la vida cotidiana”, en Obras Completas, Volumen 4, Edciones Orbis, S.A, Buenos Aires, 1993. Pag. 918.

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