Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre… y su falo también.
Acerca de François-Timoleón de Choisy y la perversión
En el aprendizaje del psicoanálisis, pueden abrirse cuestionamientos sobre qué es realmente tener, de qué es en verdad ser. Y es que ese “tener” y “Ser” sí que problematizan, por lo menos a algunos. Y, ¿qué sucede entonces con aquellos sujetos que no se enfrentan ante esa duda de tener? ¿ni menos con esos avatares de sufrir con eso que se tiene sin sentirse liados?
En lo que sigue, el protagonista de este texto será François-Timoleón de Choisy, también conocido(a) como Condesa Des Barres y Madame Sancy. Un bebé que le fue entregado a una madre, y que, al crecer, parece tomar el deseo inconsciente de ella y su falo también… un personaje que no se enmarañó con ese “tener” y vivió feliz por siempre como en un final de cuento.
Vamos pues a la historia de François. Su padre era consejero de Estado en Francia, mientras su madre, Madame de Choisy, era quien preparaba a personas influyentes en la monarquía. El príncipe Felipe de Francia fue uno de ellos. Él disfrutaba en casa de la Madame vestirse de niña, así como también adoraba rizar su cabello para lucir como una mujer. La madre de François de Choisy, utiliza a su hijo para acompañar al príncipe Felipe en sus juegos y gustos femeninos, de este modo, el príncipe no se sentía avergonzado y tenía un amigo (o amiga) para este tipo de juego, a lo que François tuvo que acceder hasta sus 18 años. La madre le aplicaba cremas para evitar el brote de barba y hacer lucir su cutis más blanco y femenino. Lo adornaba además con mimos y lo obligaba a ponerse fajas para moldearlo como mujer, según los propios escritos de Timoleón que fueron halladas en fragmentos [1].
¿Y el padre? A él poco se le menciona. Según lo que se lee de la historia, la madre toma al niño, lo pone en lugar de niña acompañante y el padre no actúa como interviniente, ni como ley, permitiendo que la madre haga uso de François a su antojo, y este a su vez accede a ser objeto de goce de la madre. Lacan (1956-1957) señala la importancia, o mejor, la utilidad de hacer intervenir los tres objetos primeros, es decir, la madre, el falo y el niño, con el cuarto término que es el padre, quien introduce la relación simbólica, intentando hacer que el sujeto trascienda a la falta de objeto y de este modo, tenérselas que ver de cara con la castración [2]. Pero en el caso de nuestro abate de Choisy, se observa que, el padre queda burlado y madre e hijo(a), quedan en una dialéctica cuyo resultado no dará lugar a la prohibición.
Ahora, vayamos al Choisy después de la muerte de su madre, la cual ocurre a sus 22 años, de la que hereda además de una gran fortuna económica, un ajuar con sus vestidos y joyas, los que en adelante lucirá [3].
François, después del luto se va a un barrio de Paris. Allí, vestido de Condesa Des Barres o Madame Sancy obtenía el placer absoluto de mujeres jóvenes, casi niñas (edades entre los 13 y 17 años). Empezaba seduciendo a sus madres a través de un discurso bien construido: “Déjame a tu hija para enseñarle a peinarse y comportarse como toda una bella dama, será como mi hermanita mientras esté en mi casa, dormiremos juntas, yo cuidaré de ella”[4], a lo que estas mamás accedían al verle elegante y deslumbrante con sus refinados modales. Se vestía como mujer, utilizaba numerosos lunares para resaltar su elegancia, se sentía excitado y completo al lucir así [5]. Señala Lacan, en su Seminario IV que, en el travestismo, el sujeto se identifica con lo que está detrás del velo, con el objeto al que le falta algo [6].
Choisy hacía relaciones sociales con la clase alta y la Iglesia. Sus donaciones eran generosas, y por ende los sacerdotes de la época se hacían los de la vista gorda, al parecer, con el propósito de no perder estos valiosos aportes. Madame Sancy o Condesa Des Barres, invitaba a casa a madres, cuyas hijas estaban en plena adolescencia (François afirmaba que cuando eran adultas o se casaban, dejaban de agradarle) [7]. Las miraba y se pavoneaba como toda una dama fina de la época, pedía a sus visitantes ser admirada por sus joyas y modales. A estas madres les vendía la idea de dejarle a sus hijas por unos días solo con el propósito de convertirlas en damitas honorables y admirables en la sociedad parisina: “(…) comerá en mi mesa y vestirá ropas finas, la tendré a mi lado todo el tiempo para poderla cuidar y pulir”[8], decía él/ella con tranquilidad y certeza. Estas madres se sentían alagadas de que alguien como él/ella pudiera ofrecerse para tales oficios, aceptaban entonces encantadas.
Este personaje se quedaba con estas jovencitas y les pedía a sus invitados que antes de marcharse, le acompañaran a la cama para que le vieran como consentía a las niñas. Los visitantes disfrutaban y elogiaban la imagen: “Las besaba cerca de la boca, les ponía la cobija y las acariciaba con mi cuerpo vestida de mujer pero por dentro ardía como hombre… que delicia hacer lo prohibido frente a los ojos de otros”[9] se decía. Puede pensarse aquí que este sujeto gozaba siendo mirado mientras hacía aquello que sería indebido. No se detiene, no siente vergüenza, solo disfruta y sigue sus propias reglas, las de jugar y tomar a estas jóvenes, para lo cual era imprescindible su fetiche, a saber los vestidos de la madre. En palabras de Lacan, su objeto inanimado (observar esquema del fetichismo de Lacan, figura 1). Las tomaba como mujer en casa, pero las disfrutaba como hombre en la cama. Es importante resaltar también que, cuando entablaba una relación propiamente dicha con ellas, les pedía que se vistieran de hombres. ¿Acaso Choisy completaba totalmente a la madre? Es decir, ¿como mujer con sus vestidos y con el pene que le falta a ella? ¿Buscó la completud de la madre y de sí mismo?

Surge de este modo la pregunta: ¿Qué deseo leyó de manera inconsciente François en su madre? Tras su muerte, se queda la ropa de ella y empieza su recorrido por la vida vestido como mujer y retorna de vez en cuando como hombre a perderse en el juego. Según Lacan, en la interiorización de algo de su vínculo con la madre, en ese partenaire objetal, el sujeto sabe que le resulta indispensable, que es él y sólo él quien la satisface, porque en principio era el único depositario de ese objeto, que es el objeto de deseo de la madre [10]. Obsérvese que empezaba a seducir François a las madres que le donaban a sus hijas, y eran precisamente estas madres las que lo “miraban” en su juego supuestamente tierno, como él/ella le llamaba. Así las cosas, al parecer, el objeto imaginario es el vestido, lo que a su vez imaginariza el deseo de su madre, leyendo de manera inconsciente que ella lo quería niña. ¿Será entonces éste el falo de la madre, dando lugar a una fijeza pulsional?
En psicoanálisis se escucha de manera recurrente que el deseo no es lo mismo que querer. El deseo es algo que circula, se devela en el análisis, y por lo que se escucha, no es fácil de descubrir. Lacan (1981, p. 287), señala al respecto que, “el deseo no es el apetito de satisfacción, ni la demanda de amor, sino la diferencia que resulta de sustraer el primero de la segunda”[11]. Como se observa, al parecer Choisy se ahorra este enredo, esta dimensión. Simplemente hace un paso al acto, a esa escena de goce absoluta. Esto me lleva a pensar que, además de que el fetiche le pone más tranquilo y le evita la decepción, por tener a la mano el objeto de sus deseos libidinales [12], hay algo que se vuelca, desmintiendo el Nombre del Padre, lo cual lleva a François de Choisy a hacer su propia ley. Es decir, a realizar las escenas de goce como satisfacción total de su demanda, o, ¿debería llamarle mejor de su libido, de su empuje?
Laurent diría, citando a Lacan: “Todo el problema de las perversiones, consiste en concebir, como el niño en su relación con la madre, relación constituida en el análisis no por su dependencia vital, sino por su dependencia en el amor, a saber, por el deseo de su deseo, se identifica con el objeto imaginario de ese deseo, en cuanto que la madre misma lo simboliza en el falo, es decir, se identifica con el falo de la madre, que para Lacan es la perversión misma [13].
De este modo, se podría decir que François toma los vestidos de su madre, los de mujer como una solución al enredo que ocasiona la problemática del deseo, a saber, que el vestido (el fetiche) queda como deseo de la madre, ella lo hacía vestir como mujer, entonces él elige la solución a esto: vestirse de mujer sin renunciar a sus satisfacciones como hombre, y así tener una “vida deliciosa”[14] como él/ella afirmaba.
He aquí pues, la historia de un bebé que le fue entregado a una madre, y a un hijo que le fue entregada una madre, de quien tomó su falo, de quien leyó su deseo, el ser niña, aun cuando nació hombre, a un padre cuya existencia se le desmintió, de una prohibición burlada y disfrutada al máximo. De una perversión que fue contada desde otra perspectiva, pero que hoy sirve para explicar una estructura clínica que difícilmente tocará las puertas de un análisis: la perversión.
Notas:
Memorias: Abate de Choisy. Paul Lacroix. 1999. Traducción: Marina Pino.
[2] Lacan, 1956-1957. Seminario IV. La relación de objeto.
[3] Memorias: Abate de Choisy. Paul Lacroix. 1999. Traducción: Marina Pino.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Lacan, 1956-1957. Seminario IV. La relación de objeto.
[7] Memorias: Abate de Choisy. Paul Lacroix. 1999. Traducción: Marina Pino.
[8] Ibid.
[9] Ibid.
[10] Lacan, 1956-1957. Seminario IV. La relación de objeto
[11] Lacan, 1981. “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. En Escritos 1.
[12] Lacan, 1956-1957. Seminario IV. La relación de objeto
[13] Eric Laurent, 1999. Hay un fin de análisis para los niños.
[14] Memorias: Abate de Choisy. Paul Lacroix. 1999. Traducción: Marina Pino.