Tendiendo puentes entre el psicoanálisis y la ciudad

Cuando el síntoma se contagia: acerca de Los demonios de Loudun y la histeria

En 1632, tuvo lugar el más célebre caso de posesión diábolica colectiva de la Historia. Las monjas ursulinas de un convento situado en la ciudad francesa de Loudun fueron declaradas oficialmente poseídas por fuerzas sobrenaturales según las autoridades eclesiásticas. Tras un penoso proceso, dos años después fue condenado a la hoguera el señalado como responsable de tal diabólico fenómeno, el sacerdote Urbain Grandier.

En su ensayo de 1952 Los demonios de Loudun, Aldous Huxley relata el acontecimiento desde sus antecedentes. Grandier, un clérigo mujeriego, se había forjado una seria comunidad de enemigos debido a la descendencia indeseada que sus conquistas provocaban. La intervención de la priora de un convento de ursulinas, sor Jeanne des Anges -que obviamente había oído su fama de apuesto seductor – vino a precipitar la caída en desgracia de Grandier.

Sor Jeanne le ofreció ocupar el cargo de canónigo en la región de Loudun. Grandier declinó cortésmente la propuesta. A este rechazo se suma una escena lamentable: Madeleine de Brou, casada en secreto con Grandier, acude al convento dirigido por Jeanne para visitar a una sobrina suya. La priora la recibe con tales insultos que Madeleine sale huyendo del convento.

A partir de entonces, el deseo de sor Jeanne hacia Grandier adquiere su reverso más perturbador: el sacerdote comienza a aparecer en sus sueños bajo la forma de un íncubo que pretende hacerla caer en las tentaciones carnales. A la mañana siguiente de esos sueños, la priora no reprime su detallado relato a las otras hermanas.  Pronto, dos monjas comienzan a tener vsiones de Grandier y a escuchar susurros lascivos. El contagio ha comenzado.

Las autoridades eclesiásticas, viendo su oportunidad definitiva para acabar con la carrera de Grandier, confirman que lo que está sucediendo en el convento de Loudun es obra de fuerzas satánicas. Después, son enviados allí unos exorcistas carmelitas que terminan por lograr que prácticamente todas las monjas del lugar confiesen estar recibiendo las visitas nocturnas del sátiro Grandier. A continuación, nos dice Huxley:

“Al cabo de un tiempo, comenzaron a filtrarse los rumores del convento embrujado y, en menos tiempo aún, era vox populi que las buenas hermanas estaban todas poseídas por los demonios y que los propios demonios echaban la culpa de todo al enérgico M. Grandier. (…) En cuanto al mismo párroco, se limitó a encogerse de hombros. Después de todo, nunca había puesto siquiera los ojos en la priora y sus frenéticas hermanas. Lo que esas mujeres dementes dijeran de él era simplemente producto de su enfermedad: melancolía severa mezclada con furor uterinus. Privadas de hombres, aquellas pobrecitas criaturas debían de tener necesidad de imaginar un íncubo.”[i]

Con su tono distante e incluso irónico por momentos, el ensayo de Huxley denuncia cómo ciertas figuras poderosas del clero supieron usar el despecho de una madre superiora para acusar, detener y ejecutar a un hombre inocente. Pero más allá de desvelar tal injusticia, Huxley deshace cualquier halo demoníaco explicando lo sucedido en Loudun como un episodio de contagio histérico.

En efecto, el significante “histeria” o su etimología latina furor uterinus aparece con frecuencia en las páginas de Los demonios de Loudun. Sin embargo, es cuanto menos curioso que Huxley no use como referencia los estudios que realizó Sigmund Freud al respecto. La explicación que el escritor británico nos ofrece de los fenómenos padecidos por sor Jeanne de Anges toma como base la neuroanatomía:

“Lo que suele denominarse “inducción” no está restringido a los niveles inferiores del cerebro y del sistema nervioso. Tiene lugar a la vez en la corteza y es la base corporal de esa ambivalencia de sentimientos que es un rasgo tan asombroso en la vida psicológica de un individuo. (…) A sor Jeanne y sus compañeras monjas, la religión les había sido machacada desde su infancia. Por inducción, esas lecciones habían activado, dentro del cerebro y la mente a él asociada, un centro psicofísico del cual emanaban ahora lecciones paradójicas de religión y obscenidad. (…) En épocas normales, estos pensamientos y sentimientos negativos eran reprimidos o, si afloraban a la consciencia, se les negaba, en un gesto deliberado, todo acceso al discurso o a la conducta. Debilitada por un cuadro psicosomático, inmersa en el frenesí derivado de su propia indulgencia con fantasías prohibidas e irrealizables, la priora perdió todo su poder de control de estos frutos indeseables del proceso inductivo. El comportamiento histérico es contagioso y las restantes monjas siguieron su ejemplo. Muy pronto, la totalidad del convento estaba dando puñetazos, blasfemando y soltando obscenidades.” [ii]

Aún sin mencionar ningún estudio psicoanalítico sobre la histeria, vemos en esta cita cómo Huxley habla de represión inconsciente. Asimismo, cuando destaca la importancia del contagio en la formación de síntomas histéricos, coincide con lo que dirá Lacan. Señala la psicoanalista Rosa López: “Lacan cuando se plantea el mecanismo de constitución de los síntomas histéricos, coloca en primer plano, (…) la identificación al síntoma del otro. (…) colocando el foco en otra faceta de la histeria, aquella que le otorga esa apariencia de imitación o de contagio, como en el ejemplo del pensionado de señoritas que nos cuenta Freud: cuando una interna que recibe una carta en la que el novio rompe con ella y produce un síntoma (ataque o desmayo) que es reproducido por sus compañeras.”  [iii]

El contagio histérico en el convento de Loudun fue una situación análoga al ejemplo freudiano: al sentirse rechazada por el párroco Grandier, sor Jeanne comienza a experimentar síntomas que rápidamente son adoptados por las otras monjas. Ahora bien, cabe preguntarse por qué las religiosas aceptaron ser consideradas víctimas de una posesión demoníaca y, desde entonces, acometieron todas las blasfemias y todos los movimientos espectaculares que sus infames exorcistas esperaban de ellas.

Los síntomas que empezaron a manifestar sor Jeanne y sus hermanas eran un llamado al Otro, una forma de solicitar su atención por escabrosa que pareciera. El verdadero problema surge cuando ese Otro que responde reafirma, por intereses propios, esos síntomas con significantes religiosos y sobrenaturales. Añade López: “(…) podemos afirmar que la existencia de la histérica depende totalmente del Otro a quien se dirige: médico, sacerdote, curandero, psicoanalista o psicoterapeuta. Siguiendo la misma lógica podemos entender que su destino en la historia depende de la particularidad de ese Otro que la recibe. (…) Si el Otro es un sacerdote de la Iglesia el tratamiento irá desde el sermón moralizante, pasando por el exorcismo, hasta llegar a la aniquilación en la hoguera, en un intento de domesticar la “lujuria” sexual de la histeria.” [iv]

Surge a continuación un nuevo interrogante: el envoltorio de posesión demoníaca para los síntomas histéricos, ¿puede seguir dándose en la actualidad? Se trata realmente de una pregunta por las formas en que la histeria se manifiesta a día de hoy, y si la espectacularidad de fénomenos como el contagio sigue vigente.

En su obra Locuras histéricas y psicosis disociativas, el psicoanalista Jean-Claude Maleval dedica un capítulo a describir el tratamiento de una joven cuyos síntomas giran alrededor de creencias místicas y demoníacas. Hacia el final del capítulo, Maleval afirma: “(…) la neurosis demoníaca no es propia de “tiempos remotos”: está determinada por la captura del sujeto en un discurso en el que los demonios adquieren existencia. (…) En nuestra sociedad, en la cual los mitos científicos han reemplazado a los mitos religiosos y animistas, basta con que un sujeto se halle fuertemente aferrado en el discurso de ciertas sectas religiosas, o con que esté simplemente apegado a un catolicismo ingenuo, para que vuelva a aparecer un cuadro de neurosis demoníaca.”[v] Es oportuno recordar aquí la serie de películas basadas en hechos reales, documentales y reportajes televisivos con cámara oculta que aún hoy nos muestran a mujeres supuestamente poseídas por entes satánicos. Sean estos productos más respetuosos o más sensacionalistas, lo que el espectador espera de ellos es ver a la muchacha en cuestión contorsionarse y maldecir como Linda Blair en la inaugural El exorcista (William Friedkin, 1973). [vi]

Se use o no a Belcebú para justificarlos, los casos de contagio histérico siguen apareciendo en los titulares[vii] como fénomenos sin respuesta para la medicina y la ciencia en general, por más que frente a ellos los psicólogos mediáticos de turno emitan su habitual discurso racionalizador.

Volviendo al evento histórico que nos ocupa, la ejecución de Urbain Grandier pudo satisfacer a sus enemigos, pero no sirivió para poner fin a la epidemia histérica desatada en el convento de Loudun. Un nuevo sacerdote, Jean-Joseph Surin, fue convocado para resolver la situación. Y en efecto, identificado él a su vez a la sintomatología de sor Jeanne des Anges, Surin logró liberar a la priora de sus demonios cuando les ofreció que abandonaran el cuerpo de Jeanne para ocupar el suyo. La religiosa no volvió a dar muestras de estar poseída mientras que Surin malvivió el resto de sus días sintiendo dentro de sí a los demonios, entre periodos melancólicos y puntuales arrebatos en los que aseguraba asistir a la Gracia de Dios.

Vemos aquí como el sujeto histérico que fue sor Jeanne logra curarse de sus síntomas cuando el Otro que acoge su llamado y al cual ha erigido como Amo es capaz de sacrificarse por ella. Si el sufrimiento de la priora era una pregunta acerca del valor de su existencia para el Otro, el tormento cesa cuando Surin responde con su propia vida, dispuesto a sufrir en el lugar de ella. La correspondencia que sor Jeanne no halló en el primer sacerdote de la serie, el maltrecho Grandier, se produce totalmente con el segundo.

La aparición y desaparición del cuadro de síntomas demoníacos, vemos, es correlativa al deseo de ese Otro que las ursulinas de Loudun encontraron. En un primer momento, unos altos cargos del clero y sus exorcistas subordinados las quisieron efectivamente poseídas para difamar y hundir al párroco Grandier. No estaban estos clérigos especialmente angustiados ante los fenómenos sufridos por las monjas sino que por el contrario, se las ingeniaron para que los exorcismos en el convento se conviertieran en actuaciones públicas, a modo de los freak shows que ya habían comenzado a surgir ese mismo siglo en Inglaterra.

Sin embargo, la posición del sacerdote Surin fue bien distinta. La investigación de Huxley le describe como un religioso devoto -muy alejado del oportunismo canalla de los exorcistas previos a la ejecución de Grandier- cuyo sacrificio por sor Jeanne des Anges fue un muestra extrema de su sentido del deber, un intento desesperado por mantener incólume una fe religiosa que había empezado a resquebrajarse dada la dificultad para liberar a las ursulinas.

La lectura que ofrece el filme polaco Madre Juana de los Ángeles (Jerzy Kawalerowicz, 1961)[viii] es menos velada y muestra directamente que la división subjetiva de Surin es efecto de su enamoramiento por la priora. En la cinta, el sacerdote es oportunamente poseído por los demonios de la monja justo cuando ambos estaban a punto de besarse a través de una reja. Aunque Surin se contagie al modo histérico del síntoma de Jeanne (aquí Juana), su aparición parece obedecer más a una lógica obsesiva, la de la imposibilidad para acceder al objeto de deseo. Veremos además en el tramo final del filme cómo la posesión de Surin no casa con movimientos histéricos sino con rumiaciones e imperativos que le llevarán a un acto terrible.

Con todo, la cobardía de Surin asegura la insatisfacción de sor Jeanne -el encuentro físico no tendrá lugar- y garantiza a un Otro atormentado hasta el fin de sus días por lo imposible de su amor. De modo que, la respuesta que la priora esperaba se produce y sus síntomas diabólicos remiten.

A pesar de las apariencias, nos equivocamos si suponemos a sor Jeanne sólo como una figura maleable a la voluntad de religiosos canallas o atormentados. Aunque está clara la importancia de la sugestionabilidad en su cuadro síntomático, no es osado afirmar que sor Jeanne comandaba realmente la situación -aunque no supiese hacia donde se dirigía- y dejó que sus exorcistas creyeran que tenían el control y el saber sobre el mal que la aquejaba.

Sor Jeanne llevó al extremo su pregunta al Otro con sus enigmáticos síntomas, cuya espectacularidad fue la pantalla con la que muchos quedaron obnubilados. Citando de nuevo a Rosa López: “Es la gran maniobra histérica, apelar al amo del saber sobre la causa del deseo, dejarle creer que es él quien lleva las riendas y finalmente hacerle fracasar.”[ix]

Entonces, ¿qué respuesta ofrece el psicoanálisis? Concluimos con López: “Es la enseñanza de Lacan la que nos permite situarnos de otra manera frente a esta dificultad. Reconocer la maniobra histérica sin prejuicios y estar lo suficientemente analizados para no caer en sus brazos o no tirarlas por la ventana.”[x]

Escuchar la queja del sujeto histérico, sin colocarse en el lugar del saber que tal sujeto busca derrocar, es lo que nos permitirá no sucumbir a la impotencia, la seducción ni el sacrificio como acto de amor supremo.

Bibliografía.

[i] Huxley, A. Los demonios de Loudun, Navona Editorial, Barcelona, 2017.

[ii] Ibid.

[iii] López, R. “La actualidad de la histeria”, disponible en https://nucep.com/publicaciones/la-actualidad-de-la-histeria/

[iv] Ibid.

[v] Maleval, JC. Locuras histéricas y psicosis disociativas, Paidós, Buenos Aires, 1991.

[vi] Valga como ejemplo el decepcionante y desganado documental The Devil and Father Amorth (2017), en el que el propio Friedkin, estancado en la película que le dio la fama, filma a puerta cerrada un exorcismo verídico en Italia.

[vii] https://www.lavanguardia.com/vida/20180425/442967893121/sindrome-resignacion-refugiados-suecia.html  / https://www.lavanguardia.com/vida/20120203/54248357598/caso-histeria-colectiva-adolescentes-conmociona-nueva-york.html

[viii] Filme que no está basado en Los demonios de Loudun sino en una novela de Jarosław Iwaszkiewicz, de cuya adaptación para la película se encargó él mismo.

[ix] López, R. “La actualidad de la histeria”, disponible en https://nucep.com/publicaciones/la-actualidad-de-la-histeria/

[x] Ibid.

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