Tendiendo puentes entre el psicoanálisis y la ciudad

La histeria como salida

La histeria tiene una larga historia. Su aparición se remonta a los primeros tratados de medicina. El primer escrito conocido sobre esta enfermedad es un papiro egipcio de 1900 a.C descubierto en Kahoun. En lo poco que se conserva de este texto se refiere a la histeria como una “perturbación del útero”. Es interesante cómo la teoría diagnóstica, la descripción de los síntomas y la idea del tratamiento que aparecen en ese papiro, se mantuvieron hasta el siglo XIX (López, 2006). La idea principal de la histeria era que estaba relacionada con ese órgano femenino, el útero, y que, a consecuencia de un estado de abstinencia, de no tener lo que desea, manifiesta su malestar desplazándose por el cuerpo. De igual manera, Platón (427-347 a.C) sostenía en el Timeo (1872; 360 a.C) esa idea acerca de la histeria:

Histeria

“La matriz y la vulva no se parecen menos a un animal ansioso de procrear, de manera que si permanece sin producir frutos mucho tiempo después de pasada la sazón conveniente, se irrita y se encoleriza, anda errante por todo el cuerpo, cierra el paso al aire, impide la respiración, pone al cuerpo en peligros extremos y engendra mil enfermedades; y esto no se remedia sino cuando el hombre y la mujer, reunidos por el deseo y por el amor hacen que nazca un fruto”.

Tanto Hipócrates (460-377 a.C) como Galeno (138-201 d.C) también atribuían la histeria al útero y a la abstinencia e insatisfacción sexual. Esta enfermedad, también conocida como “útero errante” o “sofocación uterina”, se relacionaba directamente con mujeres vírgenes, viudas y monjas aunque, ocasionalmente, también se detectaba en alguna casada (Álvarez et al., 2004). Su tratamiento, por tanto, consistía en desposarlas lo más rápido posible o en realizar el coito en caso que ya estuvieran casadas. Posteriormente, otro de los tratamientos fue la realización de un masaje en los genitales femeninos por parte del médico o una comadrona hasta alcanzar el orgasmo, llamado entonces “paroxismo histérico”. El hombre y, más concretamente su órgano, cumplían un papel terapéutico fundamental (López, 2006). Esta idea prevaleció a lo largo de la historia y siguiendo el “do it yourself” tan de moda en nuestros tiempos, en la época victoriana se inventó el vibrador como objeto curativo de la histeria. Este permitía a los médicos librarse de la pesada tarea de tener que masturbar a las pacientes. 

Vibrador

No obstante, hay que destacar que en la historia hubo un paréntesis donde se dio un cambio de paradigma respecto de las causas y tratamiento de la histeria. En la Edad Media, con la llegada del cristianismo, la histeria dejó de ser una enfermedad para considerarse una posesión demoníaca. La histérica ya no era una enferma sino una hereje, una poseída, una bruja que había gozado sin fines reproductivos y tenía que ser castigada. Muchas de esas mujeres fueron quemadas en la hoguera por orden de la iglesia.

Con este breve recorrido histórico se observa que desde un principio la histeria tiene una etiología eminentemente sexual y específicamente femenina (López, 2006).

Charcot y las histéricas

Fuera del terreno de la psicosis, las patologías menores o “nerviosas”, es decir, las neurosis, habían quedado desatendidas por los psiquiatras y alienistas y eran los médicos de familia y neurólogos quienes se encargaban en su práctica cotidiana. No obstante, gracias al prestigio que obtuvo el neurólogo Jean-Martin Charcot (1825-1893) en el hospital de la Salpêtrière, donde se incorporó en 1862, la histeria y el hipnotismo se acabaron situando en el centro de la investigación científica de finales del siglo XIX. Los descubrimientos de Charcot marcaron un hito, ya que hasta entonces no se conocía qué era la histeria. Además, gracias al trato con las histéricas, se produjo una nueva dimensión de la clínica mental que trajo, de la mano de Freud, el nacimiento del psicoanálisis (Álvarez et al., 2004).

Charcot luchó contra la idea de que la histeria era una enfermedad que escapaba a la definición y quiso clasificar sus síntomas y dilucidar su causa. Su investigación permitió englobar una multiplicidad de individuos bajo una categoría y toda la gama de síntomas que no poseían un correlato ni una fuente orgánica acabaron siendo explicados por la teoría traumática de la histeria.

Aunque Charcot inicialmente afirmaba que la causa era únicamente orgánica, producto de una lesión cerebral que se debía a la degeneración del sistema nervioso, en 1885 elaboró la teoría del trauma. Según ésta, la causa de la histeria no era una lesión orgánica sino una disfunción cerebral, invisible, que en individuos predispuestos por la herencia se desataba por un factor desencadenante que podía ser muy variado: accidentes, miedos, prácticas religiosas, tifus, diabetes, alcoholismo, cansancio, masturbación, continencia o excesos sexuales, algunas profesiones, ciertas razas, etc. Charcot sostenía que el síntoma histérico era el resultado de una autosugestión sobrevenida a consecuencia de un trauma. La histérica tenía una imagen inconsciente creada a partir del trauma que transformaba en acto somatizándola (Álvarez et al., 2004).

El hipnotismo fue una de las prácticas claves para el desarrollo visual de los ataques histéricos. Su introducción fue crucial en la figuración teatral. El cuerpo de las internas en este estado adquiría el rango de autómata, marioneta sobre la que se podían practicar todo tipo de acciones. El hipnotismo comportaba la idea de desposesión, ya que el magnetizador creaba una voluntad alienada y extraña en la paciente, que lo conectaba con el territorio de lo extrasensorial, lo oculto, lo invisible, para explorar la psique femenina. De allí es de donde surgirá posteriormente la idea del inconsciente. No obstante, aunque la hipnosis comportaba una desposesión, a su vez, conllevaba la posibilidad del control del cuerpo de la paciente por parte del médico. La hipnosis era inducida en las internas por medio de numerosas técnicas: gongs, inhalaciones de yodo etílico o amoníaco, electroshocks o diapasones. A través de esta técnica Charcot podía hacer que sus pacientes dejaran de lado sus síntomas, como la ceguera o la parálisis, demostrando que no eran causados por daños orgánicos. Con la hipnosis se podían producir los estados paradójicos del sueño obteniendo una histeria a medida, provocando o suprimiendo cualquier síntoma. La sumisión durante la hipnosis era completa. En ese estado de fascinación se podía hacer de las histéricas aquello que se quería (Montilla, 2012).

La teatralización de las pacientes levantó una gran controversia en su tiempo y Charcot fue acusado de crear una atmósfera circense en la que entrenadas enfermas interpretaban para él. Se le criticaba que más que curar la histeria la cultivaba, la animaba.

Histeria como salida de la miseria y de la represión sexual

En la Salpêtrière se produjo la revista más significativa en el ámbito médico: “Iconographie photographique de la Salpêtrière” (1876-1880), posteriormente llamada “Nouvelle iconographie de la Salpêtrière: Clinique des maladies du système nerveaux” (1888-1918). Ambas publicaciones, que circularon ampliamente por Europa, constituyeron un importante documento de la historia de la fotografía y la medicina en el siglo XIX. La Salpêtrière fue la mayor y más ambiciosa máquina óptica en lo que al retrato de la enfermedad mental se refiere (Montilla, 2012).

El hecho de que las imágenes de las histéricas fueran publicadas y ganaran tal reconocimiento en la sociedad, así como entre las reclutas de la Salpêtrière, nos puede hacer pensar que eso funcionaba a modo de identificación. Esas imágenes daban la posibilidad de observar un modelo al que identificarse y poder así huir de la realidad que muchas de las mujeres sufrían. Hay que tener en cuenta el lugar de la mujer en la sociedad de la época, así como el bajo estrato socio-económico del que provenían la mayoría de las que ingresaban en la Salpêtrière. El hospital albergaba a más de cuatro mil mujeres, entre ellas, mendigas, locas, epilépticas, sifilíticas, prostitutas; mujeres alienadas que ingresaban sin que nadie supiera si algún día podrían salir. Esas imágenes, por tanto, ofrecían una nueva oportunidad, un arquetipo al que agarrase como vía de escape de las pésimas condiciones en las que se encontraban. Fuera de la Salpêtrière esas mujeres no eran nadie, no tenían derechos y tan sólo servían para servir y complacer a algún hombre. No obstante, dentro del psiquiátrico eran las protagonistas, tenían una identidad, un nombre, se las tenía en cuenta y se convertían en algo de lo que hablar, tenían algo que ofrecer, poseían aquello que el médico quería ver. La histérica necesitaba un público para mostrar lo más extraordinario, consentía a todo, pero bajo la imprescindible mirada del Otro. Médico e histérica se sugestionaban y conseguían aquello que cada uno necesitaba. Como si de un teatro se tratara, el director de escena manejaba el cuerpo de la actriz para conseguir que ilustrara su ideas sobre la enfermedad, a cambio de la promesa de convertirla en una estrella (Didi-Huberman, 2007).

Charcot corroboraba aquello que a lo largo de la historia se había sostenido: que la histeria era, principalmente, un cuadro clínico femenino y de índole sexual. El propio Freud, en sus inicios, tomó esta última idea como uno de los principios básicos que orientaron su investigación. Su apuesta por la psicogénesis fue argumentada a partir de la constatación de las maniobras defensivas ante escenas infantiles patógenas de carácter sexual, orientando así su investigación hacia la infancia y la sexualidad (Álvarez et al, 2004).

Cabe destacar que la histeria fue, en cierto modo, una revolución feminista. Las histéricas podían mostrar libremente en la Salpêtrière aquello que en la época se quería ver pero estaba reprimido: el sexo y el erotismo. Hasta entonces, a las mujeres no se las trataba como seres sexuales, por eso se creía que los desórdenes psiquiátricos femeninos provenían del útero y se culpaba al deseo femenino. Pero las crisis histéricas permitían exhibir eso a través del sufrimiento y bajo el manto de la enfermedad. Las histéricas ponían de manifiesto que las mujeres también tenían sexo, que tenían relaciones sexuales y, a su vez, sostenían que ellas también tenían el falo. Las pacientes se ofrecían a la mirada del Otro encarnado con su cuerpo, o con alguna de sus partes, el falo, el objeto de deseo del Otro.

Como sustena Didi-Huberman (2007), parece que todo el aparato montado en la Salpêtrière obedecía, más que a un afán científico, a una curiosidad fundamental, escópica, respecto a la histeria: el “ver para ver” bajo la coartada de “ver para saber”. Según Pérez-Rincón (2015), Charcot nunca sospechó que sus pacientes pudieran simular los síntomas que sabían que se esperaban de ellas o que la repetición de estas crisis dramáticas frente al público hubieran podido ser maquinadas por los asistentes o por los alumnos, tras bambalinas, con el fin de satisfacer a su maestro. Para algunos historiadores, Charcot fue víctima de hábiles comediantes y simuladoras excelentes; para otros, éste no fue engañado por las pacientes, sino por una situación global que fue incapaz de dominar, una situación compleja en la que todos quedaron envueltos entre dos polos especulares: la seducción de Charcot y la seducción de sus jóvenes y bellas pacientes. Sea como fuere, la histeria, tal y como se mostró en aquella época, cumplió una función importante no tan solo a nivel clínico, sino también social.

Referencias.

– Álvarez, J.M; Esteban, R. y Sauvagnat, F. (2004). Fundamentos de psicopatología psicoanalítica. Parte I: Historia de la psicopatología: fundamentos, conceptos, doctrinas y tendencias, pp. 30-120.Madrid: Síntesis.

– Didi-Huberman, G. (2007). La invención de la histeria. Charcot y la iconografía de la Salpêtrière. Madrid: Ediciones Cátedra. Disponible en: https://es.scribd.com/document/288219176/La-Invencion-de-La-Histeria-Charcot-y-La-Iconografia-Fotografica-de-La-Salpetriere (última consulta: 29 de mayo de 2018).

– López, R. (2006). La actualidad de la Histeria. Blog de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Disponible en: http://blog.elp.org.es/52/actualidad_de_la_histeria_por_rosa_lopez/ (última consulta: 29 de mayo de 2018).

– Montilla, J. (2012). Ilustraciones médicas de la locura femenina en el siglo XIX. Encuentro: Artes por la Integración. A Coruña: Ágora. Disponible en: http://www.juliamontilla.com/textos/Catalogo_encuentro_Julia_03.pdf (última consulta: 29 de mayo de 2018).

– Pérez-Rincón, H. (2015). El Teatro de las histéricas. De cómo Charcot descubrió, entre otras cosas, que también había histéricos. México: Fondo de cultura económica.

– Platón (1872). Timeo. Obras completas, vol. 6. Madrid: edición de Patricio de Azcárate (Original de 360 a.C). Disponible en: http://www.filosofia.org/cla/pla/img/azf06131.pdf (última consulta: 29 de mayo de 2018).

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