Las adolescencias y la inhibición
“Quería tan sólo intentar vivir aquello que brotaba espontáneamente de mí ¿Por qué había de serme tan difícil?”
Demian: Historia de la juventud de Emil Sinclair. H.Hesse.
Adolescencias, en plural por aquello del uno a uno, de la singularidad de cada sujeto, en este caso que nos ocupa, adolescentes. Hay tantas adolescencias como adolescentes . Si algo en común puede ser dicho es que se trata de un momento de paso, el adolescente ha perdido un lugar y tiene que encontrar otro.

Atrás quedó la infancia, donde los padres dicen que tienes que hacer, que tienes que querer… el niño acaba queriendo aquello que lo padres desean porque quiere que lo quieran. En la adolescencia todo esto cae y se ha de inventar una nueva forma de sostener al Otro. Para esto es necesario un tiempo para comprender, hacer el duelo de la seguridad de la infancia, de la separación del mundo de los padres. En una época en la cual se potencia la inmediatez, la prisa, en la que este tiempo para comprender parece haber desaparecido y se nos empuja a concluir y pasar a otra cosa, ¿qué pasa con las adolescencias? ¿Cómo hacer el duelo de esa satisfacción infantil que se pierde? ¿Cómo pasar al mundo adulto?
Si por algo se caracteriza la adolescencia es por una pregunta ¿qué hacer con el cuerpo? Una pregunta nada simple que nos remite a conceptos como el amor, el lazo con el Otro, el sexo…Cuestiones que empujan al adolescente desde el Yo ideal, espejo donde los padres lo miraban, al ideal del Yo, donde quiere que lo miren. Ello, en una época en la cual la sexualidad es muy diferente a la época de Freud, las diferencias sexuales o los estereotipos parecen diluirse, no hay limitaciones y los ritos de paso han desaparecido.
En algunos adolescentes encontramos una dificultad para constituir un ideal del Yo. Aparece la incertidumbre y, donde podíamos pensar que habría una pregunta, algunos adolescentes experimentan un malestar en forma de angustia y desorientación que los desborda. Hay una falta de saber y una falta de pregunta. Nos encontramos con adolescentes que tienen dificultad para encontrar la pregunta y sitúan fuera algo de lo que habrían de hacerse cargo.
En sujetos que han sufrido, parece presentarse esta dificultad con más fuerza. ¿Cómo sostener a un Otro si nunca antes se han anclado? Con estos adolescentes a los que les falta la confianza para vincularse a un Otro podemos entrever algunas “falsas salidas” que son bien acogidas por la época de consumo en la que vivimos pero que plantean problemas a las familias y, al final, también a ellos mismos. Enganchados a los gadgets o a diferentes objetos de consumo (drogas, videojuegos…) que producen un placer instantáneo y poco duradero, que los empuja a renovar de manera constante. Se tornan buenos consumidores. Toman las redes sociales como sustitutos de un Otro que no puede interpelarlos, dejando de lado el cuerpo y su pregunta. Lo que les permite construir un yo a medida que tiene más relación con la fantasía de cada uno sobre sí y, en ocasiones, les lleva a caer en una inhibición que hace desaparecer la pregunta y la búsqueda de un saber acerca de lo que les pasa.
El Otro como autoridad o límite es sustituido así por un Superyó que empuja a gozar sin límite, aumenta el papel represivo que aumenta a su vez la culpa y el autocastigo. “El Ello inicia la pulsión, el Superyó la deniega” nos decía Freud en “Inhibición, síntoma y angustia”. Entre ambos, el Yo que reprime tratando de mantener la homeostasis y hacer algo con la angustia, un afecto experimentado ante un peligro que, en última instancia, adquiere sentido de temor por la separación y la pérdida de objeto. ¿Y no es esto lo que ocurre en la adolescencia?
Una posible falsa salida: la inhibición.
“Hay cosas que no deberían cambiar, cosas que uno
debería poder meter
en una de esas vitrinas de cristal y dejarlas allí tranquilas.
Sé que es imposible, pero es una pena.”
El guardián entre el centeno. J.D.Salinger.
La inhibición, siguiendo con Freud, tiene lugar en el Yo, en la energía del Yo, ya sea por un exceso del Ello o por una denegación del Superyó. El Yo inhibe y, así, evita el conflicto. La inhibición vendría a detener la posibilidad de interrogarse, es un no que el sujeto actúa. Una defensa de la angustia (sexual, motriz, intelectual, alimenticia…) ante la erotización de la función o del pensamiento que excluye el acto, como ejemplo se podría pensar en el amor platónico donde nos topamos con un acercamiento que imposibilita poner en juego el cuerpo. Un amor imposible que detiene el acto a la vez que intenta esquivar la pregunta acerca del deseo.
Cuando el adolescente se topa con la angustia, ante esa división subjetiva que podría aparecer con la pregunta ¿qué soy yo para el Otro? esa división desaparece tapada por la inhibición. El adolescente no reconoce esa división, no puede simbolizarla, y hace así desaparecer la angustia, la amenaza al narcisismo que constituirá una falsa completud.
La inhibición es pues defensa del yo, el adolescente se escuda en una imagen narcisista, como imagina que el Otro lo ve, deteniendo el campo de lo simbólico que tendría que ver con los lugares que uno puede ocupar, y defendiendo el campo de lo imaginario. Para esto las identidades virtuales, tanto en videojuegos como en redes sociales, están hechas a medida. No hay falta en la imagen, cuando sí la habría en lo simbólico, en lo que le da al sujeto realmente su lugar. Mantener la distancia, abrirse al campo del Otro, del deseo del Otro, podría abrir la división que hace aparecer la angustia. El sujeto se angustia y, como posible salida, se articula una armadura yoica mediante la cual se cierra al deseo del Otro, evitando así exponerse. Esta defensa del sujeto ante el deseo del Otro permite mantener alejada la angustia y sostenerse en esa identidad imaginaria.
La inhibición vendría a ser, continuando con Freud, un proceso del Yo, una limitación o rebajamiento de una función del Yo (ya sea sexual, de alimentación, de locomoción…) , la defensa absoluta que puede explicar la depresión y la melancolía. La melancolía se caracteriza por un cese de interés por el mundo exterior, pérdida de la capacidad de amar y una inhibición de todas las funciones (Freud, 1917) . Así como en la depresión se da una disminución de la líbido que queda inhibida impidiendo una elaboración de la angustia. Al no hacer, al armar el Yo como una defensa, el sujeto evita meterse con eso donde podría confrontar problemas y de esta manera evita la angustia.
Nos encontramos ante una tensión entre el narcisismo, un encierro narcisista, y el ser arrojado fuera de sí lo que podría traducirse como un pasaje al acto, otra posible falsa salida. El sujeto inhibido queda excluido de la interrogación acerca de lo que le pasa. Y, ¿cómo perturbar esa defensa?
Una posible respuesta podría ir en la dirección de pasar del no hacer al no puedo. El sujeto se expone no haciendo lo que, en realidad, no puede, ¿cómo pasar de la inhibición, del no hacer, a interrogar lo que no puedo hacer?
Teniendo en cuenta que aquí podría aparecer esa división subjetiva que angustia, es importante acompañar al sujeto a sostener esa angustia, respetando a la vez que perturbando el armazón defensivo que ha creado, sin dejarlo caer. “No hay nada peor para un adolescente que ser dejado caer ” nos dice el psicoanalista E. Díaz.
El analista devuelve al adolescente sus propias palabras, el sujeto se da cuenta y eventualmente algo del inconsciente resiste o se sorprende. El relato construido por el Yo sobre el síntoma se desmorona con contradicciones o antítesis que el analista devuelve.
Para poder abordar las adolescencias, hay que tener en cuenta a cada uno de los adolescentes y su singularidad propia y no olvidar la época en la que esos adolescentes tratan de situarse. Un reto que, si se plantea como interrogante y se permite un tiempo para elaborar, acompañando al sujeto en la posibilidad de simbolizar, podría dar un nuevo lugar al adolescente. “Cuando un gesto, una conducta de un chico nos parece sin sentido, es necesario mantener la dimensión del enigma ”, recuerda Susana Brignoni citando a Winnicott, “lo que está en juego en esta etapa es la posibilidad de que haya un encuentro entre el adolescente y un referente adulto”.
Referencias:
1. S. Brignoni. “Pensar las adolescencias”. Editorial
UOC, Barcelona, 2012.
2. S. Freud.“Inhibición, Síntoma y Angustia”. Amorrortu, Bs. Aires, 1986.
3. S. Freud, “Duelo y melancolía”. Obras Completas, Tomo XIV, Amorrortu
Editores, Buenos Aires, 1917.
4. E. Díaz. “Adolescencias, amor y sexualidad”. Conferencia pronunciada en el
Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya. Barcelona, 2010.
5.S. Brignoni. “Pensar las adolescencias”. Editorial UOC, Barcelona, 2012.