Tendiendo puentes entre el psicoanálisis y la ciudad

Recorrido frugal por el método científico

Del orden hallado al paradigma como legitimación.

El pasado 11 de enero, en el marco del título de experto que propone el Proyecto Binding (http://www.binding-edu.org/es) en la Universidad de Barcelona, impartí una clase de 2 horas y media en torno del método científico, a la que siguió un debate de una hora y media más centrado en la práctica clínica y educativa. Tomo las notas que elaboré para ese día como punto de apoyo para el texto que sigue a continuación. Quiero agradecer a los compañeros del Proyecto Binding que confiaran en alguien formado en psicoanálisis para impartir dicha clase, y muy especialmente a Laura Pérez, responsable de Docencia del Proyecto. También a los colegas que asistieron a la misma.

El objetivo de la clase lo plantee a partir de una consideración ética. En el contexto de la psicología, es habitual la descalificación de una praxis profesional, un método, una teoría… por ser “no científica”. No pocas veces, quién desautoriza desconoce en mayor o menor medida no sólo lo que critica (rara vez desacreditamos aquello que mejor conocemos), sino también los fundamentos epistemológicos que permiten situar si no los límites, al menos un cierto marco de lo que es ciencia y lo que no.

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Aproximarse a estos fundamentos no permite un juicio simple o maniqueo sobre la cientificidad de un método: en este sentido, el objeto de la clase era suscitar un cuestionamiento que derive en una mayor cautela a la hora de desacreditar otras formas de hacer y pensar.

¿Qué me legitimaba para dar esta clase? Esta, es otra consideración ética que considero de primer orden. La verdad, muy poco. No soy científico. No soy metodólogo. Aunque es cierto que mi tesis doctoral tocaba esos temas, no soy epistemólogo, ni filósofo de la ciencia. Traté por tanto de transmitir lo que he pude entender de algunos textos que leí para la clase; también algunos razonamientos al respecto, con vocación de entenderme, y hacerme entender. Animé a los asistentes a no dar, por tanto, credibilidad inmediata a lo que planteaba: era muy posible que hubiese entendido muy parcialmente algunas cosas, o que otras que dijera fueran incorrectas.

a) Un punto de partida para una reflexión epistemológica: las distinciones Hecho/Objeto y Sujeto/Concepto.

¿Qué es un hecho? En la concepción más habitual, es aquél elemento discreto que está ahí desde siempre, a disposición del científico que quiera desentrañarlos. Para el positivismo “las situaciones observacionales son los elementos primitivos e inanalizables en cuyos términos deben ser comprendidos las teorías” [1].

A esta concepción se opondría por ejemplo el filósofo de la ciencia Feyerabend, para quién los hechos están en sí mismos constituidos por ideologías más antiguas. En un plano más suave, tanto Karl Popper (el filósofo de la ciencia más famoso del siglo XX, muy posiblemente) como Norwood Russell Hanson indican que los hechos son vehiculados por teorías [2]. En efecto, ¿cómo podemos saber qué hechos son significativos? No es sino porque se enmarcan en una teoría. A la vez, ¿podemos concebir que hechos y teoría son como vehículo y cosa vehiculizada? ¿Hay hechos puros?

Bien, si los hay, entonces podemos creer en la noción de objetividad: es lo que se propone el realismo filosófico (el objeto del conocimiento es independiente del sujeto del conocimiento). Ésta quiere decir que hay verdades independientes de los prejuicios, las ideas, las actitudes o esperanzas. Tiene un correlato necesario: alcanzar la verdad como correspondencia entre el enunciado y el hecho bruto.

Ante eso, Feyerabend replicaría: “no se puede trazar una línea de demarcación entre los estados de cosas objetivos y los estados del observador” [3].

Esto nos mete de lleno en lo que funda el conocimiento, al menos el occidental. Se basa en gran medida, como hemos visto anteriormente, en la tensión entre sujeto y objeto. No es extraño que sea también una distinción crucial de la sintaxis, disciplina que da cuenta de la estructura del lenguaje. Lo que define la ciencia, por encima del método, es el objeto que le concierne. Su especificidad, el hecho de que se articula a un saber, y que no es solamente una constatación sensible, pero tampoco es solamente un concepto creado. Es un recorte más o menos anclado en la naturaleza que tiene por finalidad ser explicado en dos vertientes: en su conformación, ya que es el producto de un saber dado, que lo ha aislado; y en su conexión con otros objetos de los que se ocupa la misma disciplina.

En contraposición al objeto, el sujeto es lo que de la ciencia más legitimada debe quedar excluido. Esta exclusión queda muy explicitada en el paso de la alquimia a la química: en la primera, el sabio que operaba debía ser puro de alma para que los experimentos surtieran efecto; en la química el sujeto que opera no incide en el resultado de la operación.

Es un principio fundacional, y a la vez no son pocas las disciplinas que se quieren científicas que no consiguen despegarse completamente del insistente sujeto.

En este sentido puede considerarse el sujeto del empirismo: no va sin considerar que hay una sede de las percepciones. Cuando un método se reclama empirista, particularmente si es en comparación con otro cuyo método es desestimado, debe tener en cuenta que el empirismo tiene la experiencia, la percepción sensorial en su núcleo, y eso no va sin una presunción de sujeto (llámese percipiens, alma, conciencia, mente, cerebro…). Una experiencia se da para alguien. El ejemplo princeps de sujeto del empirismo es el observador, la metodología observacional, el ‘si no lo veo no lo creo’. ¿Podemos considerar científica la mera descripción estricta de los hechos captados por los sentidos?

A este respecto es pertinente recordar la crítica de Cassirer [4]: Un inventario, un catálogo de hechos, es un esfuerzo insuficiente para la ciencia. Describir un suceso natural supone explicarlo en todos los sentidos, de modo que cualquier empresa sensualista (puramente empirista) tiene que acabar recurriendo a ideas de las que reniega. Entre ellas, por ejemplo, la ley de constancia: en la psicología de la Gestalt, el fenómeno por el cual reconocemos un objeto como el mismo aunque sea visto de diferentes formas en circunstancias diferentes. Esta ley es aquella de la que se desprende que el tamaño percibido de un objeto sigue siendo el mismo aunque cambie el tamaño de la imagen del mismo. Esta constatación certifica que no hay empirismo sin leyes, las cuales están desligadas por completo de los sentidos.

Hay una noción distinta de sujeto que, sin embargo, ha sido particularmente importante en ciencia: nos referimos al sujeto cartesiano, enunciado en la archiconocida aseveración “Pienso, luego soy”. Es lo que Descartes obtiene de una depuración sistemática de todos los saberes, el modus operandi que emplea en el Discurso del método y las Meditaciones. La duda metódica cartesiana descarta de hecho las sensaciones como fuente verídica de saber, ya que las sensaciones son susceptibles de engaño. Es un sujeto mínimo, fruto del símbolo, que se aísla como acto afirmativo: sin propiedades sensibles, pero ligado al pensamiento.

Hay en este sentido consideraciones posibles de la subjetividad en ciencia. Puede tomar la forma de una hipótesis arriesgada que no parecía desprenderse del saber que le daba marco (y esto es algo positivo y necesario), pero también la de la suposición no demostrada; o peor, la del prejuicio (negativo y nocivo para el desarrollo cabal de la ciencia).

Este lugar del sujeto (sujeto aislable en el investigador, pero también en la opinión pública), incide aún hoy en nuestro ámbito de la psicología. Los neurocientíficos de la conducta no escapan a ellos, al contrario. Por ejemplo, en un principio silenciado de la neurociencia cognitiva mainstream: al comprobar experimentalmente una correlación entre actividad neuronal y conducta, de ello se infiere o se deja suponer que se trata realmente de una causalidad. O cuando se postula la hipótesis de que, en el contexto del estudio de los trastornos mentales, existiría un déficit de un neurotransmisor ahí dónde se ha medido, mediante ensayo clínico, la eficacia en pacientes de un principio activo de la farmacopea que interviene promoviendo ese mismo neurotransmisor. Nos referimos a una formulación como la siguiente: si los inhibidores de recaptación de la serotonina mejoran el estado de los pacientes con depresión, entonces la depresión debe estar causada por un déficit de serotonina. El razonamiento es equivalente al que indicaría que si un antitérmico mejora el estado de un paciente con gripe, la causa de la gripe debe ser el aumento de temperatura del cuerpo.

Tomemos ahora lo que permite, de hechos aislados, llegar a un objeto de estudio: es el concepto. No hay ciencia sin conceptos. El concepto es, ciertamente, algo que va más allá de la aprensión sensible o verdadera del mundo. Quine, al abordar la fundamentación de la matemática [5], resalta no obstante dos niveles: los estudios conceptuales, que se preocupan por el significado de los objetos matemáticos (en matemática, objeto y escritura coinciden en la práctica); y los doctrinales, que abordan la verdad de estos objetos. En los estudios conceptuales, se procede por definiciones: los conceptos se definen, y unos se ordenan en términos de otros.

 Los estudios doctrinales, en matemática, son los que establecen leyes. Así, los conceptos más oscuros se explicaran a partir de los más sencillos; y las leyes más complejas a partir de las más obvias, para maximizar la certeza. Pero el concepto debe estar presente para ordenar lo sensible.

La distinción puede aplicarse “a la epistemología en general” [6]. Puede señalarse en este sentido la bifurcación entre la explicación del cuerpo a partir de lo sensorial (estudio conceptual), y la justificación del conocimiento de las verdades de la naturaleza en términos sensoriales (estudio doctrinal).

Quine advierte que, en este segundo punto, no hemos progresado desde Hume (el famoso filósofo empirista del siglo XVIII). En el primero, se progresó gracias Bentham: mostró en su Teoría de las ficciones que para explicar un término no se necesita especificarle un objeto al que hacer referencia. Lo único que se necesita, por cualquier medio, es traducir todas las sentencias completas por las que debe usarse el término. Tal es el vehículo primario del significado, y el sistema que usa hoy el Deep Learning de los ordenadores que permite la traducción de textos completos o el reconocimiento de objetos en las fotos (se se suma un análisis del pixelado). La sentencia es, particularmente desde el llamado Giro Lingüístico del siglo XX, la unidad prínceps de la significación.

En conclusión, podemos hacernos una idea de que mediante el concepto se signa una nueva distancia entre la experiencia empírica y la necesidad científica.

b) La tensión entre empirismo y matemáticas.

En los inicios del siglo XX la matemática, de la mano de Herbert, pensaba poder reducir sus principios a los de la lógica. Se consideraba así posible cimentar la racionalidad en un sistema de axiomas y demostraciones lógicas, dándole un fundamento formal a la ciencia completo, coherente y consistente. El teorema de Gödel demostró en cambio que no hay ningún método de prueba formal con el que poder demostrar todas las verdades de la matemática. Es decir, que existen aseveraciones cuya verdad o falsedad no vamos a poder demostrar, ya que es imposible decidirla dentro del mismo sistema [7]. Y es que si construimos un sistema formal suficientemente potente en que toda aseveración pueda decidirse como verdadera o falsa, entonces inevitablemente ese sistema contiene proposiciones contradictorias y paradójicas. Careaga afirma que el teorema de incompletitud establece límites en la ciencia en lo que refiere a su conocimiento del mundo: “(…) existen aspectos que son imposibles de conocer debido a las limitaciones inherentes a cualquier sistema de conocimiento, incluido la ciencia misma. (…) Gödel fue el primero en demostrar rigurosamente esta aseveración y construyó su demostración usando el lenguaje preciso de la lógica simbólica” [8]. Esto es, no hay un sistema formal o lógico que se quiera exhaustivo y carezca de un agujero de indecidibilidad.

Hay pues axiomas razonados, razonables, indudables incluso, a partir de los cuales se demuestra. Pero existe siempre en el sistema al menos una proposición matemática que no es justificable.

De lo expuesto anteriormente, puede esbozarse una tensión entre empirismo y matemática.  O se insiste en permanecer en el campo de lo sensible y su modelización, o se da predominancia al papel demostrativo y lógico de la escritura formal. Dicho de otra manera:

Conviene distinguir en ciencia el par ley – predicción, que nos lleva al campo de la verdad como exactitud,  del plano de la explicación, en el que el objetivo es que campos de conocimiento diversos converjan para producir verosimilitud. Es la distinción que podemos pensar entre la ciencia aplicada y la ciencia teórica.

En la misma línea, un epistemólogo célebre, Gaston Bachelard, explica esta diferencia mediante el par geometría-abstracción en su introducción a su famoso ensayo ‘La formación del espíritu científico’ [9]. Tornar geométrica la representación, dice, dibujar y ordenar acontecimientos de la experiencia, es el primer paso del espíritu científico. Lo denomina ‘estado concreto-abstracto’, por oposición al estrictamente ‘concreto’, cimentado en la sola percepción de los hechos naturales. Se llega así a la cantidad representada.

Hay distinción neta entre observación y experimentación. Bachelard lo explica con la diferencia entre la yuxtaposición y la composición. En la fenomenología, los hechos se yuxtaponen, como ubicó el padre de la psicología William James con su noción de ‘flujo de la conciencia’. En la composición hay un orden implícito. Ese orden implícito es lo que apunta a un primer nivel de medida, calculabilidad, y generalización. La experiencia científica lo es por contradecir la experiencia común. Pues si no hiciera sino afirmarla, ¿qué propósito tendría?

Existen, sin embargo, límites a la modelización: y es por este motivo que la ciencia no se detiene en el nivel de la modelización. Esta decisión hacia la geometrización (presente en Descartes, Newton, o Fresnel en óptica) siempre se revela insuficiente: es en último término un realismo ingenuo de las propiedades espaciales, advierte Bachelard. Se necesita desde hace décadas trabajar debajo del espacio, en las relaciones esenciales que sostienen los fenómenos y el espacio (un ejemplo prínceps de esto es la física desde Einstein). La ciencia en un primer nivel de modelización se ve entonces llevada a construcciones más metafóricas que reales: el espacio sensible es sólo un ejemplo. La ciencia de la realidad no se conforma con el cómo fenomenológico, sino que busca el porqué matemático. El orden resultante sería más bien un orden probado, no tanto un orden hallado como plantea Bergson [10].

La ciencia se establece en definitiva, de forma no exclusiva, en el camino entre matemáticas y experiencia, leyes y hechos. No basta con el cómo fenomenológico. Se busca hoy en física el porqué matemático. La ciencia es ir entonces de lo geométrico, más o menos visual, a la abstracción.

Como señala Bachelard: “la experiencia inmediata y usual mantiene siempre una especie de carácter tautológico, ella se desarrolla en el mundo de las palabras y las definiciones, y carece precisamente de aquella perspectiva de errores rectificados que caracteriza, según nuestro modo de ver, al pensamiento científico”. [11]

c) Ciencia y ética; método y poder.

Conviene en este punto señalar que hay cierta articulación entre poder y ciencia. Foucault reflexionó sobre este tema: no se trata de ver el poder que pesa sobre la ciencia y se le impone desde fuera, dijo, sino de los efectos de poder que circulan en el interior de los enunciados científicos [12]. El orden del que hablábamos no es forzosamente neutro. No olvidemos que el poder siempre es ventajista: obedece a lógicas con un interés orientado, lo sepa o no.

A este respecto, no podemos dejar de constatar sin embargo que hay niveles distintos de aseveración científica. Una cosa es escribir y afirmar ‘E = mc2’, y otra muy distinta que ‘el trastorno del aprendizaje es un trastorno del neurodesarrollo’.

Una es una demostración de equivalencia; la otra es una hipótesis aún no verificada, pues no hay diagnóstico posible de un trastorno del aprendizaje que no sea clínico, pero que se afirma pese a (o justamente por) no suscitar consenso.

Son niveles que tienen consecuencias muy distintas. Eso se debe a que sus puntos de partida, así como la materialidad que las construye, o los métodos que las posibilitan, son radicalmente diferentes. Una se demuestra, la otra se defiende. Ambas inciden en prácticas: la una en el campo de lo real; la otra, en el campo de lo político. Aquí lo real significa susceptible de alterar (o  introducir nuevos objetos) en el mundo conocido. En efecto, algo que es esencialmente una escritura demostrativa per se (matemáticas), puede abrir a la posibilidad de crear objetos nuevos (energía nuclear, bomba atómica). En otro nivel, lo político quiere decir que incide en el bien común, en las relaciones entre personas. Tiene esencialmente consecuencias sobre cómo se identifican las personas. Es interesante, a este respecto, la noción de ‘human kinds’, señalada por el epistemólogo Ian Hacking [13].

En definitiva, la ciencia, a cierto nivel, puede resultar un sistema de poder que impide hacerse ciertas preguntas.

Cabe reflexionar entonces sobre la posición ética del científico. Bachelard plantea a este respecto la siguiente crítica: frente a lo real, lo que cree saberse ofusca lo que debiera saberse. El espíritu cuando se presenta a la cultura científica jamás es joven, presenta la vejez de sus prejuicios. Presentarse a la ciencia en cambio es presentarse a un rejuvenecimiento que contradice al pasado. La opinión es lo que debe destruirse, pues carece de razón. El espíritu científico exige sin sombra de duda no tener opinión sobre aquello que no puede formularse claramente. Pero incluso lo formulado un día con precisión y claridad, puede degradarse, como las monedas que pasan de mano en mano. “Con el uso, las ideas se valorizan indebidamente” [14]. Llega un momento en que se prefiere lo que confirma un saber que lo que lo contradice. Bachelard lamenta en este sentido que normalmente una buena cabeza suele ser una cabeza cerrada, un producto escolar.

Pero el formateo escolar no es para el epistemólogo francés el único obstáculo: “en el acto mismo de conocer aparecen, íntimamente, por una especie de necesidad funcional, los entorpecimientos y las confusiones” [15]. El pensamiento científico exige apertura a la mutación. Así, un pensamiento riguroso desconfía de las identidades más o menos aparentes, exige mayor precisión, ocasiones de distinguir. Eso implica alejarse de la unidad.

d) El paradigma como clausura.

Pero entonces, con toda esta compleja red de matices, conceptos, obstáculos… ¿Cómo se hace ciencia? ¿Particularmente, en un ámbito como el de la psicología o la pedagogía, disciplinas de historia corta, con un objeto que, guste o no, es naturalmente, en su raíz por así decir, humano?

No es posible ahondar aquí en una respuesta definitiva. La metodología es siempre un campo heterogéneo, incluso para objetos de estudio muy cercanos. Agamben, el espléndido filósofo italiano, lo indica al inicio de su obra ‘Signatura rerum: sobre el método: “No existe un método válido para todos los ámbitos, así como no existe una lógica que pueda prescindir de sus objetos” [16]. Se establecen entonces paradigmas.

Esta noción de paradigma la retoma de Kuhn, el famoso epistemólogo. Éste, contrariamente a lo que suele considerarse, usa el término ‘paradigma’ en dos sentidos: a) Como el conjunto de técnicas, modelos, y valores que posee una comunidad científica. Y b) Un elemento singular de este conjunto, como los Principia de Newton o el Almagesto de Tolomeo.

Éste segundo uso, en que un elemento se toma como ejemplo, sustituye a las reglas explícitas y permite definir una tradición de investigación particular y coherente. Las sustituye en la medida en que pasa a ser un método que se replica como si fuera evidente por sí mismo, que no se cuestiona, que sienta cátedra.

El paradigma en ambos sentidos es lo que hace posible la constitución de una ciencia normal, lo que determina qué problemas debe una comunidad considerar legítimos y los que no [17].

Puede rastrearse esta función de abrochamiento del discurso científico antes incluso de que pueda nombrarse como tal. Aristóteles distingue el procedimiento por paradigma, del de la inducción y de la deducción [18].

La inducción puede definirse como la forma de razonamiento que consiste en establecer una ley o conclusión general a partir de la observación de hechos o casos particulares. Es cuando la ley se establece a partir de la experiencia empírica. Wikipedia nos brinda un ejemplo sencillo: la falsa creencia de que todos los cisnes son blancos, cuando Willem Hesselsz de Vlamingh pasa a ser el primer europeo en encontrar un cisne negro en Australia.

La deducción, en cambio, es la forma de razonamiento que consiste en partir de un principio general conocido para llegar a un principio particular desconocido. Se considera equivalente a la implicación lógica: es el argumento dónde la conclusión se infiere necesariamente de las premisas. Por ejemplo, el famoso silogismo: “Los hombres son mortales; Sócrates es un hombre; ergo, Sócrates es mortal”.

Aristóteles, indica Agamben, lo pensaba en la relación entre el particular y el universal: las partes, y el todo [19]. El paradigma no funciona como una parte respecto del todo, ni como un todo respecto de las partes, sino como una parte respecto de la parte, que al elegirse pasa a ser ejemplo. El paradigma quizás sea más sencillo de ubicar en otro campo, dónde también opera. Por ejemplo: ¿Cómo se produce el ejemplo gramatical? Por ejemplo, el término ‘Rosa’ en latín. Queda suspendido de su uso normal y de su carácter denotativo y así se hace posible la constitución e inteligibilidad del conjunto ‘nombre femenino de la primera declinación’, del cual es, al mismo tiempo, miembro y paradigma.

Dicho de otra forma, y de nuevo en el campo de la ciencia: el paradigma, en tanto elección de método, es a la vez la fundamentación y la verificación de un campo científico, concreto y fechado temporalmente. Para Agamben, no tiene sentido preguntar si el  paradigma está en las cosas o en la mente del investigador [20]. Es, sencillamente, asunto del ser, y por ende no responde a la dicotomía entre sujeto y objeto. El paradigma es. Puede entenderse, entonces, que el paradigma es justamente lo que funda conceptos, lo que permite que se produzca ciencia en una determinada dirección. Lo que cierra el agujero, lo que salva el obstáculo, lo que cierra la brecha.

e) Validez del concepto de paradigma en el ámbito de la psicopatología.

Podría creerse que estos asuntos nacidos en las ideas de Platón o Aristóteles forman parte de la prehistoria científica, que estamos a años luz de eso. Sin embargo, encontramos ejemplos por doquier de este punto en el ámbito que nos ocupa: por ejemplo, en el diagnóstico psicopatológico infanto-juvenil.

Tomemos un manual de inicios del presente siglo, el de González Barrón [21]. Allí, los sistemas categoriales (taxonomías o sistemas diagnósticos a la antigua usanza, con estrictas nomenclaturas y descripciones más o menos detalladas de cada categoría, siendo un ejemplo los manuales de la psiquiatría clásica), pese a contar con amplio respaldo teórico, no se basan en datos empíricos derivados de problemas infantiles [22].

Una primera cuestión es aquí de Perogrullo: ¿en qué se basarían sino? Es muy sorprendente, pero es posible encontrar esto en muchos lugares: la asimilación de dato estadístico y prueba empírica, puesto que al dato estadístico se está refiriendo el manual realmente. Es más que cuestionable, a tenor de lo que venimos exponiendo. Pero conviene ahondar en la afirmación: la falta de satisfacción con este tipo de taxonomías (¿de quién? No sabemos…) ha estimulado el desarrollo de diferentes estudios cuyo objetivo es identificar síndromes mediante análisis estadísticos. Esto da lugar a las clasificaciones dimensionales o multivariadas. Buscan las covariaciones entre distintas conductas a partir de escalas de evaluación conductual (tests psicométricos, usualmente).

Los sistemas dimensionales defienden así que para aplicar un diagnóstico, con la presencia de características necesarias y suficientes, precisamos valorar el grado o medida en que las características del sujeto coinciden con aquellas que definen la categoría (en este caso, prototipo). Dice el manual de González-Barrón: “los psicológicos son así desviaciones cuantitativas del comportamiento normal” [23].

Esta afirmación tiene toda la forma del paradigma en el sentido de Kuhn, tal y como lo elucida Agamben. Que la normalidad estadística sea equivalente a lo normal, es hacer de un particular el molde de un universal.

Dice Agamben, esta vez explorando la noción de paradigma en Platón: Se forma paradigma cuando una cosa, que se halla en otra diferente y separada, se reconoce como lo mismo, y al ser comparadas se produce respecto de cada una y de las dos juntas una única opinión verdadera [24].

Así, en la psicopatología del sistema dimensional, la muestra poblacional, no es sino un particular. Un particular que se presenta como representativo del universal a través de un producto técnico (el test estadístico). El individuo que viene demandando un diagnóstico, al que se compara con la muestra, es un particular de naturaleza distinta que la muestra. La comparación respecto de cada una (resultado individual y baremo comparativo, distintos) producen una única opinión verdadera: “Los problemas psicológicos son así desviaciones cuantitativas del comportamiento normal”.

En conclusión: es un paradigma que autoriza, fundamenta prácticas; se produce entonces ciencia normal; quedan excluidas fuera del campo así delimitado ciertas preguntas; legitima lo propio, y deslegitima lo ajeno. En tanto paradigma funda prácticas, pero es legítimamente cuestionable, y si se quiere hacer avanzar el conocimiento científico es preciso hacerlo.

 

Notas.

[1] Alcoberro, R. (2011). Paul Feyerabend, una introducción. Consultado el 20/02/2018 en: http://www.alcoberro.info/pdf/feyerabend1.pdf

[2] Esta posición de Popper puede leerse en ‘La lógica de la investigación científica (1962. Madrid: Tecnos), y la de Hanson en ‘Patrones de descubrimiento. Observación y explicación’ (1977. Madrid: Alianza).

[3] Alcoberro, R. (2011). Paul Feyerabend, una introducción. Consultado el 20/02/2018 en: http://www.alcoberro.info/pdf/feyerabend1.pdf

[4] La posición de Cassirer la resalta Mauricio Jalón en su artículo ‘Robert Musil frente a Ernst March’ publicado en Asclepio: Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia (2010).

[5] Quine, W. O. (1986). La relatividad ontológica y otros ensayos. Capítulo 3: ‘Naturalización de la epistemología. Madrid: Tecnos.

[6] ¿Pero cómo definir la epistemología? Sería el cuestionamiento de la fundación, fundamentación, desarrollo y legitimación de los saberes.

[7] Gödel, K. (1994). Ensayos inéditos. Edición a cargo de Francisco Rodríguez Consuegra. Prólogo de W. V. Quine. Madrid: Biblioteca Mondadori.

[8] Careaga, A. A. (2002). El teorema de Gödel. En ‘Hipercuadernos de divulgación científica’.

http://www.dgdc.unam.mx/Hipercuadernos/Godel/biblioteca/biblioteca.html

[9] Bachelard, G. (2000). La formación del espíritu científico. México: Siglo XXI.

[10] Mencionado en la introducción a ‘Bachelard, G. (2000). La formación del espíritu científico. México: Siglo XXI’.

[11] Bachelard, G. (2000). La formación del espíritu científico. p. 13.

[12] Foucault, M. (1999). Estrategias de poder. Barcelona: Paidós. p. 45.

[13] Hacking, I. (1995). The looping effects of human kinds. Causal cognition: a multidisciplinary debate. pp. 351-383.

[14] Bachelard, G. (2000). La formación del espíritu científico. p. 17.

[15] Ibíd., p. 15.

[16] Agamben, G. (2008). Signatura rerum: sobre el método. Barcelona: Anagrama. p. 10.

[17] Ibíd., p. 14.

[18] Ibíd., p. 24.

[19] Ibíd.

[20] Ibíd., p. 42.

[21] González Barrón, R. (Coord. y Dir.). (2000). Psicopatología del niño y del adolescente.

[22] Ibíd., p. 57.

[23] Ibíd.

[24] Agamben, G. (2008). Signatura rerum: sobre el método. Barcelona: Anagrama. p. 30.

Comentarios (1)

  • Laura Pérez

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    Gracias a ti Héctor!
    Siempre un complejo goce escucharte y leerte :)!
    Me parece una propuesta pedagógica realmente incómoda y hecha para la reflexión no sólo de los que nos dedicamos a la ciencia sino de los que acatan lo dicho por la misma como dogma de fe.
    Demasiados párrafos e ideas para puntualizar como para hacerlo en un comentario…

    Me quedo con estos dos:
    “(…) noción de objetividad: es lo que se propone el realismo filosófico (el objeto del conocimiento es independiente del sujeto del conocimiento). Ésta quiere decir que hay verdades independientes de los prejuicios, las ideas, las actitudes o esperanzas. Tiene un correlato necesario: alcanzar la verdad como correspondencia entre el enunciado y el hecho bruto.”
    Porque me resuena en forma de pregunta: ¿Es posible la objetividad en ciencias sociales?

    Y con… “(…) Es muy sorprendente, pero es posible encontrar esto en muchos lugares: la asimilación de dato estadístico y prueba empírica, puesto que al dato estadístico se está refiriendo el manual realmente. Es más que cuestionable, a tenor de lo que venimos exponiendo. Pero conviene ahondar en la afirmación: la falta de satisfacción con este tipo de taxonomías (¿de quién? No sabemos…) ha estimulado el desarrollo de diferentes estudios cuyo objetivo es identificar síndromes mediante análisis estadísticos. Esto da lugar a las clasificaciones dimensionales o multivariadas. Buscan las covariaciones entre distintas conductas a partir de escalas de evaluación conductual (tests psicométricos, usualmente).”
    Porque me lleva a plantearme la noción de psicopatología en la que nos movemos, su base epistémica y las prácticas a las que nos autorizamos.

    Gracias de nuevo!
    Laura

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