Tendiendo puentes entre el psicoanálisis y la ciudad

Al filo del saber

“(…) Y oyeron la voz de Jehová que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?, y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol del que yo te mandé que no comieses?” [1]

Una de las teorías conocidas sobre el origen del hombre en la tierra, es explicada por la teología, que atribuye la creación del hombre a Dios, hechos que son relatados en la Biblia. Llama la atención esta parte del génesis por la forma en que el saber queda expuesto de manera atrayente en boca de la serpiente, quién por medio de sus palabras convincentes, le ofrece a la mujer algo que puede darles poder. Esta seducción por el saber en la mujer, la lleva a compartir con su marido tan excitante invitación. Ambos caen en la tentación, quedando de cara a la vergüenza, que por supuesto viene con el anhelado saber.


Pecado original y expulsión del Paraíso terrenal. Miguel Ángel (1510).

Ellos andaban por el Edén tan felices, desnudos y haciendo cuanto les apetecía sin el menor remordimiento. Es sólo en el momento que comen del supuesto árbol de la sabiduría, cuando se ven sin ropa y expuestos, tomando consciencia de su Ser. ¿Acaso no es la serpiente una metáfora del lenguaje? ¿No es esta misma escena reproducida en la vida del sujeto cuando lo traspasa como daga el lenguaje? Luego de ser lanzados al mundo, perdemos el Edén del vientre materno, donde no existe todavía el saber. Llega el gran Otro con su deseo y con éste, la interpretación del propio y así interiorizamos un saber, uno de tipo dominante, ¿pero el saber dominante de quién? Como Dios llega a Adán y Eva en este acto, a cada sujeto lo invade el gran Otro con sus mandatos conscientes e inconscientes formando un saber.

Después de ese destierro del Edén o vientre materno, el neonato va tomando un Ser, uno que le es donado. Quienes le rodean, le van dando a su parecer, lo que creen que quiere o necesita. Se cruza entre esa masa de carne y su entorno: el bendito lenguaje… ¡oh tragedia! Ese Ser que hacía todo cuanto se le antojaba y donde le placía, ahora tiene que hacerlo dónde le dicen y cómo le dicen. Bien nos recuerda Lacan “el lenguaje es la condición del inconsciente”[1]. Ya ese Ser “sabe” algo que le es prestado y le corresponde hacer algo con eso, si es que quiere incorporarse a la comunidad, con la penosa marca que va dejando el “Malestar de la cultura”, como bien titula una de las obras de Freud.

Es precisamente ahí donde el saber parece tomar la forma de un arma de doble filo. Por un lado, atrae, otorga un conocimiento sobre algo y, por el otro, atraviesa al sujeto. Eso que ahora sabe se le pega y no quiere renunciar a dejar de saber. Quita y pone, arrebata y dona, excita y maltrata, acoge y luego crea marcas de abandono, enseña y mortifica, abre la esperanza y luego aniquila… ese saber, que no deja de dar sin quitar. Lacan nombra en su clase tres del seminario 17 un asunto referente a este respecto “Con el saber en tanto medio de goce, se produce el trabajo que tiene un sentido oscuro, el cual es la verdad. Decía él que el goce tiene un efecto como el de la entropía, que se capta en la dimensión de la pérdida. Ese no sé qué que golpea, que resuena en las paredes de las campañas, produce goce y goce a repetir”[2]. Sabemos, reprimimos, gozamos y repetimos, y vuelve este mismo circuito una y otra vez.

Torrealdai, en su texto “De la fascinación con el saber”, hace un interesante recorrido por el camino que Freud tomaba en la armazón de su técnica terapéutica. Expone Torrealdai que, esa oposición de la sugestión que Freud observó en la técnica de la hipnosis con la técnica analítica, es análoga a la que Da Vinci vio con relación a las artes: per via di porre y per via di levare. En la primera se depositan acumulaciones de colores sobre la tela, mientras que, en la segunda, a la escultura, se le quitan partes de la piedra dando la forma de la estatua. Así, dice Torrealdai, opera la vía analítica, retirando de sí la trama de la idea patógena[3]. Al fin de cuentas ¿qué es el análisis? Parece un camino que se recorre por un saber no sabido pero que, retorna a medida que le vamos quitando capas a aquellos elementos que recubren al síntoma, aquel que guarda ese sentido oscuro de la verdad, la verdad de cada uno.

A medida que quitamos capas al síntoma ¿se alcanza a elucubrar uno de los saberes más elementales para el sujeto? es decir, ese lugar que se ocupa en la vida del Otro. En la opacidad de la relación con el Otro, algo logra vislumbrarse. Creemos tener un saber a través de lo que ese Otro nos muestra con palabras y actos, aun cuando queda flotando en el aire del deseo un supuesto saber sobre mi lugar en manos del Otro, esa oscura verdad ¿qué es en ese sentido lo que se ve a través del Otro? ¿se logran leer sus intenciones? ¿de qué va ese saber y a dónde lleva? Se supone que somos seres mortales, pero el saber parece ocupar una dimensión de lo inmortal, de lo infinito.

La búsqueda por ese saber, puede operar como la escena de los tres personajes que abren el texto. Sólo que ese Dios parece ser relevado por varios Otros, uno de ellos: las pantallas que bombardean al sujeto con mandatos sobre cuerpos tallados y dietas avaladas por diosas y dioses esculpidos no por Da Vinci, sino por gimnasios y quirófanos, dejándole al desnudo, haciéndole sentir en vergüenza, en falta. También llenándole con fantasías de que se puede llegar a ser totalmente ideal y alcanzar todo leyendo libros que tienen el más grande “Secreto” y así llegar al éxito, libros con el número exacto de “los lenguajes del amor”, textos que descubren la hora en que se despiertan lo verdaderos triunfadores, si se forma parte del “club que se despierta a las 5 a.m.” Aparecen también en nuestro pseudoparaíso los podcasts con las recetas absolutas que traen manuales para ser felices y totalmente suficientes. Queda pues un sujeto navegando en las redes sociales de un mar inundado por saberes idealistas, y ahogándose de cuando en cuando por la pequeñez de su simplicidad e imperfección. Ese Otro le señala y le dice qué hizo mal y cómo remediar su falta en el Ser. Lacan afirmó al hablar en su clase de “La función del bien y La paradoja del goce” que con “el placer hacemos realidad”[4]. Y es a través de este principio de placer que se explora con morbosidad todo lo que se pueda saber, un saber que no conoce límites, haciendo una supuesta realidad ¿son en nuestro tiempo las redes sociales la nueva biblia que contiene los saberes absolutos de la humanidad?

Desde este punto se puede abrir otra cuestión. El saber parece no tener límites, pero ¿tiene el saber de cada sujeto un origen al que podamos acceder? Freud después de permitirle a las histéricas de la época conocer acerca de sus verdaderas parálisis, descubre el camino a la cura: la palabra, pero ¿qué se pone en la palabra? Un saber que se mantenía oculto bajo Die Verdrángung, o la represión, de la cual nos trae noticias en su obra de 1915. Asimismo, pareciera que el saber toma formas camaleónicas. En la obsesión se camufla bajo rituales, fijaciones, pensamientos invasivos, fobias, semblantes del orden, entre otros. En la histeria, bajo el síntoma, casi siempre corporal. En la psicosis, el delirio es un saber de certeza que encubre el saber de no Ser, de aquel significante primordial que se forcluye, mientras que, en la perversión, el sujeto sabe bien como gozar y gozar del otro, sin remordimientos.

En ese andamiaje, van despertando los retoños de lo reprimido que, según Freud, son los síntomas neuróticos, esas formaciones que, ocultan aquello del orden de lo reprimido. Retoños que toman formas y destinos, cada uno particular (…) “¿hasta dónde tiene que llegar la desfiguración, el distanciamiento respecto de lo reprimido? Es algo que no podemos indicar en general”[5]. Sin embargo, más adelante en su explicación a este asunto, refiere que, en la génesis del fetiche, hallando la agencia originaria, podría ocurrir una fragmentación en dos partes a la representante de la pulsión, una sufre la represión y la otra experimenta el destino de la idealización. Esta desfiguración produce el placer-displacer[6]. Esto sigue mostrándonos esa dicotomía que de manera constante nos envuelven: Eros y Thanatos, amor y odio, represión e idealización, sexo y repulsión, un saber y un no querer saber…

Retomando la línea de Adán y Eva, habitantes de su propia dicotomía: paraíso y luego infierno terrenal, se logra rastrear el origen de un saber que causa malestar y con éste, la llegada de la sanción en boca del gran Otro. A partir de esa ley, ellos logran comprender qué hueco se abre y sus respectivas consecuencias. En sus manos quedó el hacer o no hacer con ese algo evidenciado en mandatos bastante claros. En nuestro caso, seguiremos repitiendo escenas fantasmales mientras no llegue a la consciencia ese saber sobre lo reprimido. Esa represión originaria oculta en un enjambre al cual es difícil acceder, “esta represión se encuentra en el origen de las primeras formaciones inconscientes. Su mecanismo es la contracatexis, de la cual no hay datos sobre su naturaleza. Cabe pensar que, experiencias arcaicas muy intensas, constituyan las primeras ocasiones en que se producen estas represiones”[7]. Así pues, no hay una escena de la que tengamos consciencia, ni recuerdos vívidos que traigan a ese gran Otro señalando con el dedo lo que en adelante vendrá y nos mortificará. Es una responsabilidad de cada quien, si es que en el deseo están las ganas de descubrirlo.

En el análisis nos escuchamos y sentimos por momentos el filo de ese saber en los cortes del analista, quien no opera desde el juzgamiento ni desde lo paternal, decía Lacan (…) “esta es la dificultad del que trato de aproximar tanto como puedo al discurso del analista, debe encontrarse en el punto opuesto a toda voluntad, al menos manifiesta, de dominar (…) ese discurso desde el que se le dice al sujeto: venga y diga todo lo que se le ocurra, por muy divido que esté (…) lo que produzca siempre será de recibo”[8]. El analista y el analizante van a esos filos que no son llevados por una serpiente seductora, sino a través de un inconsciente disfrazado entre sueños, lapsus, chistes, síntomas y extrañas ocurrencias.

Saber cuál fue nuestra marca inicial no será nada sencillo, de ahí que pasamos la vida repitiendo y gozando sin saber muy bien de qué va la cosa. Solo sentimos en el cuerpo que algo se nos pega y no queremos soltarlo. Vemos destellos que idealizan al otro sin tener consciencia qué nos hace aferrarnos a esos fantasmas. Se va de tropiezo en tropiezo… y cómo no, si esta marca, aunque está instaurada y ensartada en el Ser, se reprime, no se le ve, ni se le logra reconocer sin un buen trabajo. Marca que vive ahí escondida porque supimos, pero luego no quisimos saber. Solo de manera paradójica construimos a partir de ahí la propia cadena de significantes. García de Frutos nombra una cuestión interesante “resta saber si una inscripción remite al hay o al no hay, y de qué modo”[9]. ¡Vaya Uno a saber!

Es por ello, o mejor a través del Yo (je) que, en el camino del saber ¿qué podemos hacer? Elaborar un discurso propio, diferenciado del gran Otro. Un discurso que acepte la armazón de tantos retazos encontrados en el sendero, pero que al final sea construido, que sea elegido. Hacerse a un saber sin la persecución de las redes sociales, un saber que haya podido mediar entre los impulsos más autodestructivos del ello y las cargas morales más lacerantes del superyó. Un saber tan particular y consistente, que se sienta como si se hubiera fundado una religión propia dentro de sí. Se vale hacer cortocircuito y mucho más, hacer corte al circuito. El saber puede llevar al filo, pero no siempre al filo que hiere, también puede ser aquel filo que opera como borde, ese sobre el que se puede parar y armar las invenciones más sorprendentes que el Ser puede llegar a tener, invenciones propias y vitales que, sacan al sujeto de la penumbra de sus repeticiones.


Notas

[1] Lacan, J. El reverso del psicoanálisis. Editorial Paidós: Buenos Aires, 1970.

[2] [2] Lacan, J. El reverso del psicoanálisis. Editorial Paidós: Buenos Aires, 1970.

[3] https://elp.org.es/de-la-fascinacion-con-el-saber/ consultado el 29 de julio a las 11 horas.

[4] Lacan, J. Seminario VII. La ética del psicoanálisis. Editorial Paidós: Buenos Aires, México y Barcelona. 1959-1960.

[5]  Freud, S. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Trabajos sobre metapsicología y otras obras (1914-1916). Volumen 14. Editorial Amorrortu: Buenos Aires. 1957.

[6] Freud, S. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Trabajos sobre metapsicología y otras obras (1914-1916). Volumen 14. Editorial Amorrortu: Buenos Aires. 1957.

[7] Lapanche, J & Pontalis, J-B. Diccionario de psicoanálisis. Editorial Paidós: Buenos Aires, Barcelona, México. 1967.

[8] Lacan, J. El reverso del psicoanálisis. Editorial Paidós: Buenos Aires, 1970.

[9] García de Frutos, H. Nota breve sobre el rasgo unario. Blog de La Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano. Barcelona, 2022.m

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