¿Qué lugar para el loco? Algunas lecturas del delirio.
Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es insanamente cuerdo. Julio Cortázar
En 1918 el psiquiatra Ernest Kretschmer publicó el caso Anna Feldweg, donde daba cuenta del trabajo que realizó con la paciente y teoriza lo que él denominó “El delirio de relación de los sensitivos”. En el caso se lee que Anna Feldweg tuvo varias internaciones, con episodios depresivos e ideas paranoides. Además, ataques histéricos, autoacusaciones relacionadas con escrúpulos religiosos, ideas de suicidio, insomnio y en ocasiones gran euforia y felicidad.
Remontarnos al pasado a través de la lectura de este caso clínico es interesante porque nos permite reflexionar respecto a qué es lo que se pensaba del “loco” y el delirio en el saber psiquiátrico de aquella época. Y nos interpela puesto que la investigación y el tratamiento de las psicosis no pueden prescindir del conocimiento derivado de la psiquiatría y del psicoanálisis.
La locura se ha nombrado de varias maneras en distintas épocas a lo largo de la historia: Es que encontramos maneras específicas de entenderla y a partir de ellas se derivaron diferentes prácticas en relación a los locos. La locura pudo concebirse primero como inspiración divina y el loco el portador de una verdad, más adelante, en la época clásica estaba incluida en la sinrazón, donde se mezclaba con vagabundos, prostitutas y pobres. Luego, con el nacimiento de la mirada médica, la locura se concibe como alienación mental, según comprendemos con la lectura de la investigación propuesta por Foucault en “La historia de la locura”. Y en algo coinciden aquellas maneras de entenderla y remite al lugar de exclusión al que se ha relegado al sujeto. Se ponían en juego prácticas de aislamiento y encierro que respondían a un control social más que terapéutico.
El origen etimológico de la palabra delirio proviene del latín “delirium”, que a su vez se deriva de “delirare”: significa “salir de los surcos ” o “errante “,”lo que se sale de la norma”. En tanto un sujeto delira, se aleja de la realidad porque muestra un pensamiento desviado del sentido común, y al ser juzgado por la sociedad como un peligro, queda relegado a la exclusión.
Este pasado incide aún en la idea que se ha construido en la sociedad respecto al loco. Los salidos del surco, los que deliran, que desentonan con el discurso común, anormales andando entre normales, han sido objeto de discursos y prácticas que los han condenado al silencio y exclusión.
Con el saber psiquiátrico se comienza a desplegar una explicación racional de la locura y los mecanismos subyacentes y en conjunto con el conocimiento objetivo se instala la dicotomía de lo normal/patológico, y la figura del médico aparece como el amo que decide quien pertenece a una y otra categoría. El triunfo de la razón legitimando prácticas de control bajo una mirada ahora científica.
En la época en la que Kretschmer realizó sus investigaciones la comprensión del delirio estaba influenciada en gran medida por las teorías psiquiátricas propuestas por Kraepelin, que introdujo un orden en el campo de la psicopatología con una sistematización de las enfermedades mentales. El delirio se refería a creencias falsas e irracionales y llevaría a un progresivo debilitamiento mental.
Kretschmer rompió esa tradición de lectura de la sintomatología debido a que sus ideas formaban parte de la corriente psicodinámica alemana como crítica a la propuesta de Kraepelin, porque Kretschmer daba mayor importancia a la situaciones vitales y la reacción del sujeto a ellas. Definió el “Delirio de relación de los sensitivos” a partir de la interacción entre el medio social y la personalidad del enfermo, alejándose así del pensamiento de Kraepelin que solo hacía hincapié en causas internas. Es interesante como Kretschmer destaca el ambiente que rodeaba a Anna: ”La enferma está íntimamente ligada al trasfondo de una ciudad provinciana y de una casa de solteronas.” Se trataba de una familia religiosa, en donde se consideraba a su enfermedad como un pecado. Así sus hermanas culpaban a Anna y le reprochaban haber caído en pecado.
Por otro lado, desde el psicoanálisis se conciben los síntomas no meramente como expresión de un trastorno sino también con una función en el aparato psíquico. Para Freud, un delirio en la psicosis es efecto de una operación psíquica de defensa mediante la cual el sujeto crea una realidad nueva. Así es que el delirio es el intento de curación del sujeto en tanto transforma la realidad a la altura de sus deseos. Asimismo, el delirio no es algo fijo sino que es dinámico en tanto muta y lleva al sujeto a cambiar de posición. Recordemos el caso de Schreber, que le resultaba más tranquilizador ser la mujer de dios, pasando de un delirio de carácter persecutorio a uno megalómano y encuentra una mejor posición en su metáfora delirante. Esto llevó a una práctica diferente con el enfermo porque el delirio deja de ser un síntoma que condena al sujeto al debilitamiento mental, y ya no se buscaría eliminarlo sino al contrario ponerlo a trabajar. Luego, con los aportes de Lacan comprendemos que el psicótico no está atravesado por el significante del Nombre del Padre que regula y limita el goce, sino que éste ha sido forcluido de lo simbólico, y su efecto será el retorno por lo real. (Lacan, 1955 – 1956) La manera en que se ha entendido el delirio ha ido mutando a lo largo del tiempo como así también las prácticas psi al dirigirse al sujeto: Desde la psiquiatría clásica, el psicoanálisis, y luego también teorías y prácticas reformistas que criticaban aquel modelo clásico. Si bien este es un tema que merece más desarrollo, unas pinceladas históricas ayudan a tener presente esta herencia que pesa en la percepción que se sostiene del loco en la actualidad. Me pregunto, ¿Qué lugar tiene hoy el loco en la cultura, en la sociedad, y en la práctica clínica? Me resuena lo enunciado por el psicoanalista Francesc Vilà: “Como psicólogos tenemos el poder de decidir quién puede deambular por la calle y quién no”. Sin tener presente este antepasado corremos el peligro de tomar la posición de amo que decide quién es “normal” y quién no. Podemos sostenernos en una perspectiva del déficit, del silencio y exclusión, o acompañar desde una mirada crítica, una perspectiva más bien subjetivante, no segregativa, donde el loco sea alguien capaz de decir una verdad subjetiva frente a la cual el analista ofrece un lugar y presta una escucha en tanto secretario del alienado, que como señala Vaschetto “no significa tomar notas pasivamente junto al enfermo sino saber acompañar al sujeto en sus propias invenciones” (Vaschetto, 2021)
Bibliografía
- Cortazar, J. (2007) Rayuela. 2da edición, Buenos Aires. Punto de lectura
- Kretschmer, E. (1918/2000). “El delirio sensitivo de referencia” (pp. 121-136). Madrid: Triacastela / Fundación Archivos de Neurobiología. Trad. J. Solé Sagarra
- Lacan, J. (1955 – 1956). El seminario, Libro 3, Las psicosis. Ediciones Paidós, Buenos Aires- Barcelona – México.
- Freud, S. “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis” en Obras Completas vol. XIX. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1984.
- Vaschetto, E. (2021) “Ser loco sin estar loco”. Gramma ediciones, Buenos Aires – Argentina.
Catalina
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Me encantó el artículo!!!
Muy interesante interrogarse acerca del lugar actual, en contraste con el que ha existido a lo largo de los tiempos, para el loco y como el texto nos lleva a la reflexión de la posición ética de la labor clínica respecto a la locura
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Antonia
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Que buen artículo! Permite seguir el paso y proceso de lo que hemos entendido por locura en distintos tiempos, un proceso que ha ido moldeando la visión que se tiene hoy de las psicosis. Muy bueno para reflexionar la posición del analista frente al “loco” hoy en día. Muchas gracias Lucia por el artículo
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