El reino del Gran Inquisidor
Una reflexión antipsiquiátrica a partir del caso de Pierre Rivière.
J. W. Montoya (2006), en su texto sobre Pierre Rivière, señala que cuando éste confesó por escrito el asesinato múltiple de sus familiares ante los tribunales, indicó que mató a su madre para liberar a su padre de ella. Según el homicida, su padre era un ser atormentado por su madre. Del mismo modo, asesinó a su hermana pues, según él, seguía el mismo camino que su madre. Y también a su pequeño hermano, para con el asesinato de éste llegar a ser odiado por su padre, y así liberarlo de toda culpa por la muerte de su hijo: en efecto, Pierre Rivière pensaba ser sentenciado a muerte por haber cometido esos crímenes.
Rivière elucubra que realiza el acto de quitarle la angustia a su padre al confesar el verdadero motivo de su crimen: liberarle de una mala mujer y de sus hijos. Ahora bien, la justicia se ve impelida a construir el móvil del crimen para liberarlo de la absurdidad en que había caído. Un hecho tan execrable no podía ser atribuido al mero impulso irracional, a un ataque de frenesí momentáneo. De ser así, la justicia quedaría burlada.
No sólo porque al ser ella agente del poder no podría operar realmente ante un caso completamente esclarecido: hecho, pruebas, infractor, y castigo estipulado. Sino también porque entre la lucha entre razón y sinrazón el caso actúa como bisagra, acercando y alejando los dos conceptos. Pasan a requerirse tres elementos: razón, crimen, sinrazón; o mejor: justicia, crimen, locura. Si Rivière es finalmente declarado loco, y por esa vía escapa a la pena de los parricidas, el discurso penal habrá sufrido un desplazamiento debido a un saber positivo cuya objetividad a través de pruebas científicas comienza a sentir incómodo su papel de subordinado: el discurso médico.
En el interrogatorio, la justicia quiere en cambio establecer su verdad: un crimen, un motivo y un conocimiento de causa y efecto. Pregunta: “Tiene usted inteligencia suficiente como para saber que no es posible evitar el castigo que la ley les infringe a los asesinos y a los parricidas, ¿cómo es que esta idea no le hizo cambiar de proyecto?” Respuesta: “Obedecí a Dios, no creo que sea ningún mal justificar su providencia” (Foucault, 2009). Y más adelante se le vuelve a interpelar: “Hasta ahora no ha querido doblegarse a la justicia, no ha hecho honor a la verdad, parece que ayer estaba mejor dispuesto, díganos con franqueza hoy, ¿qué razón pudo llevarlo a asesinar a su madre, a su hermana y a su hermano?” (Foucault, 2009). Esta razón será la que habrá de ser investigada. Con ella se producirá la descarga de toda la maquinaria procesal; sin ella se parte la bisagra, se da el desplazamiento del poder y las instituciones estatales. Éstas serán presa del pánico ante unas manifestaciones transgresoras de la ley y camufladas bajo una fachada de locura. Pierre Rivière tiene que ser declarado cuerdo y culpable.
En esa época surgieron las ideas de Gall respecto a la frenología. Tan vinculado empezaba a estar el ambiente psiquiátrico a éstas ideas que el médico que evaluó a Pierre Rivière, el doctor Bouchard, se vio llevado a aludir a la nueva ciencia en el informe que escribió (Foucault, 2009): “No he hecho investigaciones frenológicas, pues aunque esta ciencia está muy poco evolucionada, debo decir que en este punto mis conocimientos son demasiado imperfectos para que pudiera aplicarla a una circunstancia de esta gravedad”. Bouchard se dedicará a dar un parte de normalidad llegando a la conclusión de que el acusado fue presa de un “estado de exaltación momentánea” que lo condujo a cometer el crimen.
Vastel, sin embargo, no tendrá reparos en declarar a Rivière como un alienado mental (Montoya, 2006): “[…] y tuve la profunda y completa convicción de que la inteligencia de Rivière no era sana, y que la acción que ante los ojos del ministerio público pasaba por un horrible crimen, no era sino el deplorable resultado de una auténtica alienación mental”. Además, hará explícita su certeza de que tales conclusiones las ha extraído del análisis exterior del acusado y del estado de sus facultades mentales desde su infancia. No buscará protuberancias en su cráneo, pero sí pone en circulación todo el lenguaje concordante con el sistema de pensamiento frenológico. Las facultades mentales, como vimos, pueden ser de diversa índole, pero en todos los casos tendrán un carácter innato, “La herencia es realmente una de las causas más poderosas en la producción de la locura”, dice Vastel (Barela, 2011), y concluye su informe no como quien sólo dice lo que le compete, sino como quien desea una transformación: “La sociedad tiene pues el derecho de pedir, no el castigo de este desgraciado, ya que sin libertad moral no puede haber culpabilidad, sino el secuestro por vía administrativa…” (Montoya, 2006). Con esta sugerencia a modo de reclamo, Vastel se hacía eco de Pinel en su lucha por mejorar el trato a los insanos, eliminando la idea de que eran posesos o criminales, sino más bien enfermos como los otros. Pero aun así Pierre Rivière es declarado culpable. No obstante, una vez consultados los eminentes médicos de París (Esquirol, Marc y Orfila), y habiendo ellos dado su veredicto según el cual Pierre Rivière manifiesta signos de alienación desde su infancia, las dudas del tribunal quedan disipadas al solicitarse la petición de indulto ante el Rey Luis Felipe (Barela, 2011). Su majestad conmuta la pena de muerte por la de cadena perpetua y Rivière es “ejecutado” por vía monárquica, ya que Pierre Rivière al final se suicida, teniendo la tan anhelada muerte que decía merecer.
Esquirol se saldría finalmente con la suya al lograr la inserción del concepto de “monomanía homicida” en las filas penales. Montoya (2006) precisará que por esta vía no sólo se abonará el camino a una psicopatología “laicizada”, sino que también la psiquiatría como ciencia abrirá un boquete en las estructuras del poder. Es así como el tiempo, variable ausente hasta el momento en términos de dimensión explicativa de un presente, vendrá a tomar asiento en un espacio donde, paradójicamente por la vía de la biología, el sujeto en adelante será un sujeto histórico. Cabría preguntarse, ¿quién gana en dicha conquista?, ¿el acusado, la psiquiatría, el Rey?
Hoy no nos convence la pena capital, como tampoco el internamiento; ambas a su manera son formas de regentar una razón que reclama para sí el derecho por la vida negando a la par el de la libertad. Habrá que esperar, incluso, hasta el siglo XX para encontrar bosquejos de tratamientos, salvadores de cadalsos y también otorgadores de la libertad de ser diferente. Es necesario un orden, pero no a costa de ejecutar las víctimas del poder que los excluye. Michel Foucault (2009), con las memorias de Pierre Rivière, en cada momento busca darle la palabra al sujeto y no anteponerle ninguna interpretación psiquiátrica o psicoanalítica. Lo que se quiere resaltar así es que la crítica que se ha realizado alrededor de las memorias de Rivière va más orientada al estilo de escritura, el método empleado por Foucault, que a lo fecundo que podrían resultar las memorias en sí mismas.
Foucault (2009), que encontró el texto de Rivière en los “Anales de higiene pública y de medicina legal” de 1836, nos dice que esa doble codificación (salud y ley) va a tener una muy prolongada historia a lo largo del siglo XIX. Puede decirse que los tiempos fuertes de la historia de la psiquiatría en ese siglo, pero también los del siglo XX, se producirán justamente cuando las dos codificaciones estén efectivamente ajustadas, sintetizando un único tipo de discurso, un único tipo de análisis, un único cuerpo de conceptos, que permitan constituir la locura como enfermedad y percibirla como peligro. Así, al comienzo del siglo XIX, la noción de monomanía va a permitir clasificar a los sujetos dentro de una gran nosografía de tipo perfectamente médico (en todo caso, completamente isomorfo a todas las otras nosografías médicas) y, por lo tanto, codificar mediante un discurso morfológicamente médico toda una serie de peligros. De tal modo, encontraremos la descripción clínica de la monomanía homicida o la monomanía suicida. De igual manera, dentro de la psiquiatría, el peligro social se codificará como enfermedad. A causa de ello, la psiquiatría podrá funcionar efectivamente como ciencia médica encargada de la higiene pública. Asimismo, en la segunda mitad del siglo XIX, al hacerse tan masiva la noción de monomanía, ésta en cierto sentido desempeña el mismo papel con un contenido muy diferente: el de la degeneración. Con ella tenemos una manera determinada de aislar, recorrer y recortar una zona de peligro social y darle, al mismo tiempo, un estatus de enfermedad, un estatus patológico. Podemos preguntarnos si la noción de esquizofrenia no cumple el mismo papel en el siglo XX. En la medida en que algunos la entienden como la enfermedad que se confunde con toda nuestra sociedad descarriada, este discurso sobre la esquizofrenia es claramente una manera de codificar un peligro social como enfermedad. Lo que reencontramos, así, a lo largo de esos tiempos fuertes o, si se prefiere, de esos conceptos débiles de la psiquiatría, es siempre la función de higiene pública que ésta cumple.
Foucault (2001), en su texto “Los anormales”, sugiere una nueva organización nuclear de la psiquiatría, una estructuración epistemológica que cobra fuerza en dos direcciones. Por un lado, se abre un nuevo campo de sintomatologías acogiendo una gama de fenómenos patológicos que no tenían existencia antes. Éstos aparecen por contraste con una norma definida, con una regularidad administrativa que se define conforme a las obligaciones familiares y al nuevo orden político y social. Por el otro, se define un nuevo eje, el de la dominación de lo automático por la voluntad y la conciencia: es decir, la asunción individual de la norma y el control consciente de lo instintivo. En definitiva, sólo cuando la separación respecto de la regla de conducta y el automatismo son mínimos, o sea, cuando se desarrolla una conducta conforme y voluntaria, se está ante un comportamiento sano.
Vásquez (2012) señala que se organiza entonces una psiquiatría que resulta ser, ante todo, una tecnología de la anormalidad, que se aleja de la intervención tradicional de lo que se llamó alienación mental, demencia o delirio, y que se centra en el comportamiento, las desviaciones, las infracciones, las anomalías, constituyendo un corpus normativo, una ciencia especial al lado y en el interior de la medicina. Es un edificio teórico regido por exigencias funcionales, propias ya de una sociedad calculadora, organizadora de la población, expansiva a lo ancho del espacio tanto europeo como coloquial. La colonización fue un proceso maduro y bien meditado, una operación consciente de esa amalgama técnico-racional que definía ya a la población europea y que intentó proyectarse sin rodeos hacia el exterior. La organización decimonónica de un campo unitario del instinto y de la sexualidad – que será sometido tanto al engranaje psíquico-familiar como al gran aparato psíquico judicial –, aparece en este curso de un modo a la vez convincente y brutal. Hemos destacado, simplificadoramente y con mínimos añadidos, una serie de argumentos de Foucault (Foucault, 2012, 2006).
Hay aún otro aspecto que conviene tener en cuenta para pensar las particularidades del lazo entre judicatura y psiquiatría: las prácticas religiosas. Foucault (2006, 2008) se remite al problema de la confesión y al uso mismo del confesionario, al desarrollo de la pastoral como forma de unificación de ideas, al examen interior (y al refugio interno en un mundo de conflictos religiosos), al misticismo postridentino. También a la distinción entre brujería y posesión – la primera sería un fenómeno exterior, como producto de la recristalización; la segunda, un mecanismo desdoblado e interior de la conciencia cristiana –. Cabría añadir lo que subraya el ejemplo de las “endemoniadas de Loudun” y su valor como indagación moderna acerca del cuerpo (Foucault, 2001). Este lado “religioso” de su análisis es premonitorio de su “Historia de la sexualidad” (Foucault, 2006). No hay que olvidar que su recurrente reflexión sobre la institución del sacramento de la penitencia, como modelo de análisis, de estilización individual – ya esbozado en “La verdad y las formas jurídicas” (Foucault, 1980) – aparece eslabonada por él con la producción de verdad, que desde sus inicios tiene rasgos jurídicos. Para Foucault es ésta una característica esencial de las sociedades occidentales, donde se desarrollarán por doquier los métodos de interrogación y encuesta, de inquisición en su sentido más amplio, como una suerte de culminación de la ciencia decimonónica. Y es que es entonces, en torno a 1879, cuando se despliegan los tiempos turbulentos del ambiguo “Gran inquisidor” de Dostoievski (Vásquez, 2012).
Bibliografía:
Barela, S. C. (2011). ¿Pierre Rivière, el reo? Disponible en internet: http://httpwwwshareapicnetrefphpowne-silchu.blogspot.com/2011/03/pierre-riviere-el-reo.html
Foucault, M. (1980). La verdad y las formas jurídicas. Barcelona: Gedisa
Foucault, M. (2001). Los anormales. Madrid: Akal
Foucault, M. (2006). Historia de la sexualidad. México D. F.: Siglo XXI
Foucault, M. (2008). Historia de la locura en la época clásica. 2 vols. México: Fondo de Cultura Económica
Foucault, M. (2009). Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano… Barcelona: Tusquets
Foucault, M. (2012). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Madrid: Biblioteca Nueva / Siglo XXI
Montoya, J. W. (2006). A propósito del “Yo, Pierre Rivière” de Michel Foucault. Revista Historia y Sociedad, 12: 239-249
Vásquez, A. (2012). Foucault: ‘Los Anormales’. Una genealogía de lo Monstruoso. Apuntes para una historiografía de la locura. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, 34.