Tendiendo puentes entre el psicoanálisis y la ciudad

Elogio a la tristeza

Partiendo del samba brasileño, en especial de la canción Desde que o Samba é Samba, me gustaría hacer un elogio a la tristeza, asociando de este modo la postura del cantante – la de transformar el dolor en samba – a la ética del psicoanálisis, la del bien decir del síntoma.

Desde que o Samba é Samba, es una canción de Caetano Veloso, grabada por primera vez en el disco Tropicália 2, junto con Gilberto Gil. Su letra revela características esenciales del samba como un tipo de experiencia, particular, que ese estilo de canción brasileña puede proporcionar: su poder “transforma-dor” – el de transformar el dolor.

Incluso, tal vez, esté ahí un punto fundamental localizado en la subjetividad de los brasileños que influye en su fama de ser gente feliz, alegre, simpática. Pido licencia poética a los compositores brasileños y os invito a pensar en el samba como una estrategia singular y exitosa a la hora de trabajar la tristeza, convirtiéndola en canción…

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A tristeza é senhora
Desde que o samba é samba é assim
A lágrima clara sobre a pele escura
A noite, a chuva que cai lá fora

Solidão apavora
Tudo demorando em ser tão ruim
Mas alguma coisa acontece
No quando agora em mim
Cantando eu mando a tristeza embora

O samba ainda vai nascer
O samba ainda não chegou
O samba não vai morrer
Veja o dia ainda não raiou

O samba é o pai do prazer
O samba é o filho da dor
O grande poder transformador

 

La tristeza es señora
Desde que el samba es samba es así
La lágrima clara sobre la piel oscura
La noche, la lluvia que cae afuera

Soledad aterroriza
Todo demorando en ser tan malo
Pero algo ocurre
En el cuándo, ahora, en mí
Cantando yo echo a la tristeza

El samba aún va a nacer
El samba aún no llegó
El samba no va a morir
Vea el día aún no amaneció

El samba es padre del placer
El samba es hijo del dolor
El gran poder transformador
  

 

La Perspectiva del Síntoma

En “Psicose e Laço social”, el psicoanalista brasileño Antonio Quinet observa que para la medicina el síntoma es un signo enteramente transparente a la enfermedad, cuya realidad se agota en su sintaxis – es un significante cuyo significado es enfermedad – su causa, orgánica, es ajena al sujeto. Para el psicoanálisis, al contrario, la estructura significante del síntoma implica al sujeto del inconsciente. El síntoma es, entonces, una metáfora: un signo de conflicto psíquico que indica la división del sujeto y está, por lo tanto, sujeto a las leyes del lenguaje.

Trátase de un significante que viene desde un otro significante, recalcado. Es un mensaje cifrado del goce – la forma de gozar del
neurótico, explicitada desde su fantasía inconsciente. Si un médico, sea psiquiatra o no, tiene el psicoanálisis en cuenta, podrá tener otra actitud frente al síntoma presentado por un paciente, evitando así el “furor sanandi” de exigir a cualquier precio la suspensión del síntoma. Pues allá, donde hay síntoma, está el sujeto. No atacar el síntoma y, al revés, abordarlo como una manifestación subjetiva, significa acogerlo para que pueda ser desdoblado, haciendo así emerger a un sujeto – sea en el ataque histérico, en la depresión melancólica, en el delirio paranoico o en el despedazamiento del esquizofrénico. Tratar el síntoma por tanto, no significa necesariamente barrar del sujeto “el acceso al real que el síntoma denota y disimula.” (Soler, 1991).

En relación a la postura actual de medicalización de la tristeza, sin duda, la ética del psicoanálisis es lo que más se inscribe contra el mainstream comandado por la psiquiatría y por la industria farmacéutica. Triste destino transformar el dolor de una pérdida en una enfermedad a ser tratada. Por eso, para los psicoanalistas es un deber ético desobedecer al mandamiento ideológico, disfrazado de constatación, de que los dolores de las pérdidas deben ser tratados solamente mediante el uso de los fármacos.

La Tristeza

Para el psicoanálisis, la tristeza es un afecto correlativo al dolor de existir. En ella encontramos distintas gradaciones, desde el luto hasta a la melancolía (tipo clínico de la psicosis), pasando también por los diversos matices de la depresión neurótica. Esas formas de tristeza son extravíos del deseo. Lacan sitúa el afecto triste en el ámbito de la ética, cualificándolo de “cobardía moral”, cuando el sujeto retrocede ante el deber ético de bien decir el deseo. Siguiendo con Lacan, “tristeza” es un término genérico que utilizamos para hacer referencia al afecto que puede ir desde el pálido estado depresivo del tedio, donde impera el mismo; hasta el dolor de la existencia de las sombras de la psicosis, donde irradia el sol oscuro de la melancolía. Y puede encontrarse, también, en un momento de gran soledad, como canta Caetano en la canción.

Por lo tanto, el triste, ya sea un deprimido o un melancólico, es aquél que no se orienta en el inconsciente, cuyo deseo se encuentra extraviado. Estando desorientado en relación al deseo inconsciente, es quién mal-dice el deseo; es quien no tiene un decir ni quiere saber nada sobre él. Éticamente hablando, el sujeto triste mantiene una relación floja con la cadena inconsciente del deseo – la tristeza es una flojedad del deseo.

Tristeza versus deseo: la ética del bien decir del síntoma

La definición de deseo para Lacan está vinculada al lenguaje; se trata de la relación del sujeto con el significante. El deseo sigue los rastros de las cadenas significantes y como tal se expresa en los privilegiados caminos del sueño, del chiste, del lapso y del síntoma – de las formaciones del Inconsciente. El Inconsciente, en la medida en que está estructurado por cadenas significantes siguiendo las leyes del lenguaje, es el lugar propio de la circulación del deseo: el Otro del Inconsciente es también el Otro del deseo, el cual se encuentra en el fundamento de la ética del psicoanálisis.

El deber ético del bien decir es tributario de la orientación del sujeto en relación al deseo en el inconsciente. Orientarse en el Inconsciente significa saber cuáles son las cadenas significantes; los significantes primordiales que determinan en el sujeto sus acciones, sus fantasías, sus síntomas, y todos los caminos por donde corre su deseo. Ubicarse, ahí, corresponde a una ganancia de saber adquirido y elaborado en su análisis a partir de un decir de su proprio Inconsciente. Estar situado en la estructura es acercarse al saber sobre el inconsciente, un saber elaborado sobre el objeto causa de deseo. Estar orientado en relación a la estructura que determina el sujeto es, por lo tanto, una condición para cumplir el deber ético del bien decir propuesto por el
psicoanálisis.

Según Spinoza, el deseo es la manifestación en la consciencia de la fuerza de existir (conatus). Conatus es aquello por lo cual cada cosa se esfuerza para perseverar en su ser; haciendo parte de la esencia actual de esa cosa, se opone al desistir de la vida, al querer morir propio del melancólico. El conatus se llama voluntad cuando se refiere al espíritu, apetito cuando se refiere simultáneamente al cuerpo y al espíritu y deseo cuando se refiere a los hombres conscientes de sus apetitos.
Desear es correlativo al pensar, y el pensar al actuar. La fuerza para existir, el conatus, varía en intensidad, como se encuentra manifiesto en los tres afectos fundamentales de la ética de Spinoza: la alegría, la tristeza y el deseo. Así, la alegría es el sentimiento que se tiene por la sensación de potenciar la propia fuerza para existir y actuar; la tristeza, al contrario, como el sentimiento que se tiene por la diminución de esa fuerza, y el deseo, finalmente, como el sentimiento que provoca un movimiento que va hacia la dirección de existir y de actuar de una determinada manera. Mientras el deseo se reporta en el espíritu en la medida en que es activo, la tristeza es del orden de la pasividad del espíritu. El deseo lleva a la acción y la tristeza disminuye la potencia de ésta.

“Tristeza não tem fim. Felicidade, sim”
La tristeza no tiene fin. La felicidad, sí.
(Tom Jobim, en la música: “A Felicidade”)

Si melancólicamente el poeta afirma que la tristeza no tiene fin, el psicoanálisis enseña con la clínica a partir de Freud, que la tristeza tiene una historia: se inicia con una pérdida, se constituye como una cobardía moral y un rechazo al saber y termina con su transmutación en un saber y con el deseo – acción – de existir. Así es el samba: hijo del dolor y padre del placer, tiene el poder de transformar la tristeza en música, en movimiento, en arte – así como transformar el síntoma en sint(h)ome – aplicando un tratamiento de bien decir la tristeza como una oportunidad creativa: la de crear un samba; o de simplemente escucharlo y dejarse invadir por la alegría de un “bom samba”; o (¿por qué no?) de transformarlo en movimiento como hacen los brasileños, llegando hasta el punto de bailarlo – de sambarlo – como un estilo de vivir al ritmo del samba: sambando por la vida.

                                                        “Samba da Bênção” – Vinicius de Moraes  

É melhor ser alegre que ser triste
(…)
Mas pra fazer um samba com beleza
É preciso um bocado de tristeza
É preciso um bocado de tristeza
Senão não se faz um samba, não
(…)
Um bom samba é uma forma de oração

Porque o samba é a tristeza que balança
E a tristeza tem sempre uma esperança
A tristeza tem sempre uma esperança
De um dia não ser mais triste, não

Es mejor se alegre que ser triste
(…)
Pero, para hacer un samba con belleza
Es necesario un poco de tristeza
Es necesario un poco de tristeza
Si no, no se hace un samba, no
(…)
Un samba bueno es una forma de oración

Porque el samba es la tristeza que balanza
Y la tristeza tiene siempre una esperanza
Y la tristeza tiene siempre una esperanza
De un día no ser más triste, no
  

Bibliografía


Freud, S. (1917/1974). Luto e melancolía. En ESB. Vol XIV. Rio de Janeiro: Imago.
Lacan, J. (2003).
O aturdito. En Outros escritos. Rio de Janeiro: Jorge Zahar.
Quinet, A. (2010).
Psicose e Laço social. Rio de Janeiro: Jorge Zahar.
Soler, C. (1996).
Los diagnósticos. En: Freudiana. nº 16. Barcelona: EEP-Cataluña.
Spinosa, B. (1954). Définitions des sentiments, in L’Étique. Paris: Gallimard.

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