En defensa del sueño
Crítica de 24/7. El capitalismo al asalto del sueño, de Jonathan Crary.
En su breve ensayo 24/7. El capitalismo al asalto del sueño, Jonathan Crary plantea que el capitalismo contemporáneo pretende hacer del sujeto alguien disponible las veinticuatro horas del día durante los siete días de la semana (24/7). Es decir, a cada hora del día el individuo actual debe ser productivo para la lógica capitalista. No sólo productivo en tanto realice un trabajo durante el mayor número de horas posible sino también consumiendo artículos e información, datos en definitiva que sirvan para su mejor previsión, control y etiquetaje como consumidor.
-Foto: Sophie Calle, de la serie The Sleepers (1979)
Para Crary, el tiempo que el ser humano necesita para dormir es un obstáculo frente a la implantación total del formato 24/7. El sueño es el instante necesario de pausa que distingue al humano de la máquina, introduciendo la discontinuidad en el imperativo de producir y consumir a cada hora: “(…) el sueño siempre chocará con las exigencias de un universo 24/7. La enorme porción de nuestra vida que pasamos durmiendo, liberados de una ciénaga de necesidades simuladas, subsiste como una de las grandes afrentas humanas a la voracidad del capitalismo contemporáneo. (…) La mayoría de las necesidades en apariencia irreductibles de la vida humana -hambre, sed, deseo sexual y, recientemente, amistad- se ha reformulado como formas mercantilizadas o financiarizadas. El sueño plantea la idea de una necesidad humana y de una temporalidad que no pueden ser colonizadas y aprovechadas para alimentar el gran motor de la rentabilidad y, por lo tanto, sigue siendo una anomalía incongruente y un lugar de crisis en el presente global”, nos dice el autor.
Si en su alegato, Crary sostiene que la necesidad de dormir nos humaniza y dignifica frente a los esfuerzos del capitalismo por maquinizarnos, cabe preguntarse qué lugar otorga el autor a la actividad onírica. No debemos obviar que un mundo sin sueño es doblemente deshumanizador: no sólo impide al sujeto el descanso necesario sino que además le veta soñar. Tener, por tanto, acceso a su inconsciente e interrogarse por su deseo.
En efecto, en el último capítulo del ensayo, Crary menciona La interpretación de los sueños (1900), de Sigmund Freud. Para él, la teoría freudiana que postula el sueño como el cumplimiento de un deseo reprimido es irrelevante hoy: “Es imposible ahora evocar un deseo individual o un deseo tan inconfesable que no pueda ser reconocido de manera consciente y gratificado por otros. Ahora, durante las horas de vigilia, los reality shows y las páginas web detallan con indiferencia relaciones incestuosas mientras la pornografía online y los juegos violentos se adaptan a cualquier deseo antes innombrable. Lo inconfesable ahora, en este espacio, es cualquier deseo de una transformación colectiva de las omnipresentes condiciones de aislamiento social, injusticia económica e interés personal obligatorio”.
En opinión de Crary, Freud es un pensador burgués que, horrorizado ante la multitud y el grupo, tachó de regresión infantil sus acciones conjuntas. Frente a la dimensión grupal, destacó el deseo individual que descifró en los sueños de sus pacientes. Según el ensayo que nos ocupa, estos deseos nunca resultaron más que bienes materiales (un coche, una casa o unas vacaciones).
Crary confunde deseo y goce cuando afirma que los reality shows e internet se han ocupado de volver nombrable cualquier deseo, eliminando incluso el tabú del incesto. Al mismo tiempo, coloca a Freud en el lugar de un Proto-Coach que autorizó los caprichos soñados de sus pacientes burgueses, más que en el lugar de quién supo abrir la vía del deseo de sus analizantes a través de los sueños y demás formaciones del inconsciente.
Resulta paradójico que en un ensayo que reivindica el dormir como último bastión contra la inhumanidad del capitalismo no se profundice en su función más allá de la necesidad de reposo, y además se banalice la afirmación freudiana “El sueño es un cumplimiento de deseo”.
El autor debería tener en cuenta que la magnitud del descubrimiento freudiano reside en que los sueños desvelan un cumplimiento de deseo inconsciente, muy distinto pues de la simple conformidad con los bienes materiales, las confesiones exhbicionistas de personajes públicos en el cénit de su goce o de la satisfacción masturbatoria que la Red proporciona. Si este deseo aparece adecuadamente desfigurado en el sueño es precisamente porque no es, en un inicio, bien recibido por la conciencia. Entonces, los deseos que los sueños ponen de manifiesto continúan siendo de entrada inconfesables, por más que vivamos en la era de la visibilidad constante.
Estableciendo una separación entre deseo individual y deseo colectivo en la que el primero queda infravalorado, Crary olvida que toda transformación social nace antes que nada de un cambio promovido por el deseo de un sujeto. Recordemos que uno de los discursos multitudinarios más famosos del siglo XX comenzaba con las palabras I have a dream (“Tengo un sueño”).
En conclusión, lo que debemos preservar del capitalismo salvaje es nuestra subjetividad para evitar que nos borren e uniformicen. ¿Existe una manifestación más clara de la subjetividad que un sueño?
Bibliografía:
Crary, J. “24/7. El capitalismo al asalto del sueño”, Ariel, Barcelona, 2015.
Freud, S. “La interpretación de los sueños” (primera parte) en Obras completas (Vol. IV), Amorrortu, Buenos Aires, 2013.