Lo Unheimlich en el síndrome de Capgras
Introducción.
En este texto me propongo articular el fenómeno del sosias descrito por Capgras en 1923, y acuñado en honor a su descubridor con el nombre de síndrome de Capgras, con el texto de Freud Das Unheimliche (1919). Para ello, nos apoyaremos a su vez en el comentario que Lacan realiza en El seminario X, La angustia (1962-63) y en los planteamientos sobre la psicosis que Jean-Claude Maleval expone, siguiendo la enseñanza de Lacan, en su libro La forclusión del Nombre del Padre (2002).
El síndrome de Capgras.
El síndrome de Capgras recibe su nombre del psiquiatra francés Joseph Capgras que lo describió en su libro L’illusion des sosies (1923). En él, Capgras define una ilusión que consiste en creer que una persona allegada ha sido sustituida o reemplazada por otra persona, que es físicamente idéntica y que asume los roles y los comportamientos de las personas que sustituyen.
Depovy y Montssaut primero, en 1924, y cinco años más tarde, en 1929, Levy Valensi, cambiaran la concepción de ilusión propuesta por Capgras por la de síndrome, al considerar que la atribución de suplantación tiene un carácter de interpretación delirante antes que el de una ilusión, que consistiría más bien en el hecho de percibir algo en lugar de otra cosa, como por ejemplo le sucedió a Don Quijote al tomar a los molinos por gigantes. Los sujetos aquejados de este síndrome, a diferencia del famoso hidalgo, reconocen los atributos del allegado, pero debido a un afecto que no concuerda con lo que sentían por esa persona, interpretan de modo delirante que esa persona no puede ser la persona que ellos conocían, y por lo tanto, concluyen, debe de ser un doble que los ha suplantado.
Capgras pone el acento en la tensión entre los dos elementos afectivos presentes en cualquier reconocimiento: el sentimiento de familiaridad y el de extrañeza. El sujeto afectado por el síndrome de Capgras tiene un sentimiento de extrañeza desarrollado por un periodo de inquietud o de ansiedad intensa que choca con el sentimiento de familiaridad sin que éste llegue a invadir su conciencia, ni se vea alterada su percepción sensorial y su memoria. Capgras explica que el sentimiento de extrañeza vence al de familiaridad y el sujeto, aunque ve la similitud entre la persona que tiene en frente y su allegado, deja de identificarlos por un contenido afectivo discordante.
Esta relación entre el sentimiento de extrañeza y el de familiaridad, en la descripción que Joseph Capgras, es lo que hace que relacionarlo con el texto de Freud Das Unheimliche (1919), sea casi una tarea obligatoria.
Lo Unheimliche de Freud
El término Unheimliche ha sido traducido de dos maneras distintas en su traducción al castellano. Por un lado tenemos lo siniestro, traducido por López-Ballesteros, y por el otro lo ominoso, traducido por Etcheverry. Consideramos, no obstante, que mantener el término en el original alemán, puede ayudar a entender el recorrido conceptual y epistemológico que sigue Freud en la primera parte de su escrito, descrito por sí mismo como una búsqueda «de cuál es el sentido que el desarrollo de la lengua ha depositado en el término “unheimlich”» (2015; 43).
Freud parte de la concepción de que Unheimliche «pertenece al orden de lo pavoroso, de lo que excita angustia y escalofrío» (2015; 41). Sin embargo se pregunta cómo distinguir lo unheimliche dentro de lo angustioso, ya que si bien pertenece a ese orden, no todo lo angustioso es unheimliche. Su búsqueda a través del equívoco y de la diversidad de significaciones con que ha sido definido el término, así como su intento de ir más allá de la concepción de lo no familiar, que vendría a ser la negación (un) del significado heimlich (casa, familiar, no ajeno, manso, sentirse como en casa), le lleva a afirmar que la palabra «heimlich no es unívoca, sino que pertenece a dos grupos de representaciones que, sin ser contrarios, son, sin embargo, ajenos entre sí: el de lo familiar, confortable y el de lo que se mantiene escondido, oculto» (2015; 57), dado que heimlich significa a la vez lo familiar y lo secreto. De ese modo, llega a poder afirmar que «lo Unheimliche sería aquella modalidad de lo pavoroso, que viene de lo que desde hace mucho tiempo es conocido y familiar» (2015; 45).
Sin embargo, Freud va mucho más allá y, a través de la demostración epistemológica de que la voz heimliche coincide con lo unheimliche, puede tomar la definición de Shelling que concibe lo unheimliche como «todo lo que, debiendo permanecer secreto, oculto… no obstante, ha salido a la luz» (2015; 55). Por lo tanto, lo unheimliche no sería nada nuevo sino algo que fue familiar a la vida psíquica y que se volvió ajeno por causa de la represión. El fenómeno de lo unheimliche acontece cuando algo reprimido retorna nuevamente. Es aquello impronunciable, indecible, que hace que lo heimlich, lo familiar, pase a lo unheimliche, manifestándose como «una presencia sin representación, un huésped que atraviesa la barrera protectora (de la represión) y que une el instante de lo siniestro con un instante de desamparo percibido por el sujeto» (Klimkiewicz, 2015; 77).
Lo Unheimliche de Lacan en el Síndrome de Capgras
Adelaida López Alonso en su artículo Algunos dinamismos del síndrome de Capgras (2001), plantea que hay que entender la interpretación de los sosias que realizan los sujetos aquejados por el síndrome de Capgras como una manera de protegerse de la sensación de extrañeza que ante éstos sienten. El desdoblar a sus allegados entre los dobles extraños y los seres originales desaparecidos, les permite evitar la división entre lo familiar y lo extraño de sus seres queridos. Les permite evitar, a su vez, la ambivalencia de afectos que sienten hacia ellos. Sus seres queridos son solamente queridos y sus dobles son los que causan sus sentimientos extraños y hostiles. De esa manera paradójica, pueden mantener tanto la unidad de sus seres queridos, como la suya propia, que se encuentra dividida tanto por la ambivalencia de sentimientos como por la tensión del reconocimiento entre lo familiar y la extrañeza. López Alonso lo sitúa como un mecanismo para preservar las necesidades narcisistas, las auto y heteroconservativas, y las de apego.
Es en este punto donde la aportación de Freud puede resultar valiosa. Por un lado, encontramos la aseveración de que aquello extraño ante lo que el paciente se defiende mediante la interpretación de los sosias no proviene de algo nuevo sino de algo reprimido. Es decir, que el sentimiento de extrañeza que señala Capgras como origen del no reconocimiento, no sería producido por algo nuevo que chocaría con el sentimiento de familiaridad, sino más bien por algo que ya estaba ahí y que había sucumbido bajo la represión; algo que debía permanecer secreto, y que ha salido a la luz.
Más ¿qué es eso reprimido que regresa en forma de unheimlich? En este texto, Freud sitúa la representación del doble no sólo a nivel del narcicismo primario, sino también en los posteriores estadios del desarrollo del yo, como una instancia que se forma lentamente como contrapunto al resto del yo, y que sirve de observación de sí mismo y de sede de la censura psíquica y de la autocrítica. A esta instancia la llama conciencia moral, un claro antecedente de lo que unos años más tarde vendrá a conformar la instancia del Super-Yo en la segunda tópica freudiana. «Esta instancia, escribe Freud, que puede tratar al resto del yo como a un objeto -es decir, que el hombre sea capaz de la observación de sí mismo- hace posible que la antigua representación del doble sea llenada de nuevo contenido y que se le atribuyan cosas diversas, principalmente todo aquello que aparece para la autocrítica como perteneciente al superado y antiguo narcicismo de los tiempos primitivos» (2015; 101).
Para abordar la representación del doble a nivel del narcicismo primario, creemos que es útil acudir a la elaboración que hace Lacan en relación al término unheimliche, en El seminario X, La angustia (1962-63), pues el uso que hace del estadio del espejo es una aportación importante en relación al reconocimiento y al sentimiento de extrañeza. Lacan, en el estadio del espejo, plantea la formación del yo (moi) a través de la imagen especular. Así, el infans carente de sentimiento de unidad corporal debido a su falta de maduración y su impotencia motriz, encuentra en la imagen especular una imagen de unidad que libidiniza e internaliza formando el yo. Sin embargo, precisa Lacan, no todo del cuerpo es especularizable. Hay un resto. Un objeto no especularizable al que Lacan dará el nombre de objeto a.
En el esquema escópico de los floreros, Lacan nos muestra como este objeto no aparece especularizado en el campo del Otro; en su lugar aparece el falo imaginario, que escribe como menos phi (-φ). De esa manera vemos cómo el objeto a se articula al campo del Otro, a través del falo. El falo imaginario, no obstante, aparece en la imagen especular siempre como una falta.
Esta imagen especular (i’(a)) marcada por una falta, que evoca algo que no puede aparecer ahí (el objeto a), orienta al deseo a través de la función de captación de la ausencia. En esta ausencia (-φ), sin embargo, algo puede aparecer. Algo que se encuentra en otro lugar, el “objeto a” causa de deseo, y que cuando aparece ahí es inaprensible para el sujeto. No puede aparecer en el espejo, señala Lacan, porque «permanece profundamente investido en el cuerpo –del narcisismo primario, de lo que llaman el autoerotismo, de un goce autista» (2004; 55). Cuando este objeto surge en el lugar de la falta (-φ) en el campo del Otro, lo que aparece es la angustia relacionada con lo unheimlich, en tanto sobreviene la angustia de castración de este objeto tan enraizado al goce autoerótico, al propio cuerpo, por parte del Otro.
Lacan relaciona el lugar del menos phi (-φ) con lo que Freud plantea en relación al Heim, lo familiar, la casa del hombre. Define así la casa del hombre como un punto situado en el Otro, más allá de la imagen especular, que representa la ausencia en la que nos encontramos. Cuando lo heim (-φ) se revela como lo que es, es decir cuando se revela en ella la presencia de lo no especularizable, de lo reprimido (objeto a) que desde otra parte constituye este lugar como ausencia, entonces este objeto desconocido para el sujeto «se apodera de la imagen que la soporta, y la imagen especular se convierte en la imagen del doble, con lo que ésta aporta de extrañeza radical». (2004; 58).
De este modo, y gracias a su concepción del estadio del espejo y del “objeto a”, Lacan esclarece lo que Freud escribe acerca del complejo de castración como uno de los factores que transforman lo angustioso en lo Unheimliche. Lacan no sitúa aquello reprimido que retorna como un contenido, sino más bien como un hecho de estructura. Del lado del registro imaginario vemos cómo hay algo no representable, no especularizable en el campo del Otro, que crea un vacío en él. Vacío que Lacan escribe como menos phi (-φ), soporte imaginario de la castración. Es la aparición de ese objeto en el lugar donde debería estar la falta lo que crea la angustia, la extrañeza, lo unheimliche.
Del lado del registro simbólico, vemos también cómo hay algo del sujeto que no puede decirse a través de los significantes, y es justamente este sujeto inconsciente que no puede representarse, esta falta producida por la desaparición del sujeto bajo el rasgo unario, lo que anima a la cadena significante a seguir desplegándose en un intento de representar ese sujeto del deseo que siempre se escapa. Lacan lo plantea a través de la demanda. Ésta siempre tiene parte de engaño. El sujeto, desaparecido bajo el rasgo unario, siempre se mantiene ausente, como un punto vacío, preservando el lugar del deseo. Pese a estar estructurada a través del significante, en la demanda hay algo que se escapa de lo significantizable: el objeto. «La demanda acude indebidamente al lugar de lo que es escamoteado, a, el objeto» (2004; 77), escribe Lacan. Es en su colmamiento total donde aparece la angustia, la extrañeza.
En la aparición del objeto en el lugar de la falta imaginaria o en el del colmamiento de la demanda a nivel simbólico es donde aparece lo que Lacan llama el huésped; el objeto que somos pero que queda elidido en el campo del Otro en el registro imaginario posibilitando el lugar vacío que hace posible la función de captación del deseo, y el objeto que en el campo simbólico queda reprimido bajo el significante unario y que permite la metonimia del deseo por la cadena significante. Es la aparición de este huésped, que lejos de ser la emergencia de algo nuevo, es lo más íntimo del sujeto.
Si retornamos al síndrome de Capgras, podemos matizar que la interpretación delirante del sosias es la consecuencia, en primer lugar, de un no reconocimiento producido por la emergencia del sentimiento de extrañeza que venimos comentando. Sin embargo, el hecho de que ese sentimiento de extrañeza desemboque en la interpretación delirante es ya un paso más. Deberíamos aclarar que solemos encontrar el síndrome de Capgras en un cuadro de psicosis paranoica. Si observamos el fenómeno desde el punto de vista de la estructura psicótica, deberemos indicar que justamente es por la forclusión del nombre del padre, que el psicótico no tiene la herramienta del significante fálico para poder hacer con la falta del Otro. Pues la forclusión es, al fin y al cabo, una defensa contra la castración, contra la falta de un significante esencial que hace incompleto al Otro. Al encontrarse con esa falta, en el psicótico, por carecer de significante fálico como punto de capitón, como significante que sostiene la cadena desde el exterior, se produce la ruptura del anudamiento de la cadena significante. El delirio acude entonces como un intento de poner a trabajar al significante para abrocharla de nuevo, como un intento de curación, es decir, no ya como una desorganización del pensamiento, sino como una tentativa de resolución de un conflicto psíquico (2002; 347). El delirio del sosias sería entonces un intento de restituir la articulación regulada de lo simbólico con lo real a través de un intento por buscar un significante que abroche de nuevo la cadena significante. Si atendemos al aforismo de Lacan en relación a la psicosis de que lo no simbolizado retorna en lo real, podemos entender que el hecho de que sus seres queridos aparezcan desdoblados es la manera en que la división se sitúa en lo real, ahí donde nada falta, a diferencia del trabajo que produce la represión en el neurótico, donde lo reprimido retorna en la trama simbólica.
Bibliografía
– Freud, S. (2015/1919). Das Unheimliche, Mármol/Izquierdo editores, Buenos Aires.
– Klimkiewicz, L. (2015). Nota introductoria al capítulo II, en Freud, Sigmund, Das Unheimliche, Mármol/Izquierdo editores, 75-77, Buenos Aires.
– Lacan, J. (2004/1962-63) Seminario X: La angustia, Editorial Paidós, Buenos Aires.
– López Alonso, A. (2001). Algunos dinamismos en el síndrome de Capgras, Revista de Psicoanálisis Aperturas psicoanalíticas, nº 7, Madrid.
– Maleval, J.-C. (2002), La forclusión del Nombre del Padre, Editorial Paidós, Buenos Aires.