Entrevista a Javi Herrera, creador del proyecto musical ‘Kant Freud Kafka’
Nacido en Logroño, Javier Herrera ejerce como profesor de música y traductor de inglés. Pero es además el alma mater del proyecto musical Kant-Freud-Kafka (KFK).
Su incursión en el rock progresivo nació a partir de su descubrimiento de la música de Supertramp, en plena adolescencia. Fue tal ese amor a primer oído que actualmente forma parte de la banda de tributo, The Logical Group, que versiona las canciones de este grupo por toda España. Tras cogerle gusto a su obra, continuó explorando otros artistas del género progresivo, recalando poco a poco en Mike Oldfield, Yes, Pink Floyd, Camel, Alan Parsons Project y los Genesis de Peter Gabriel, grupo al que venera como si hubiera sido su primer amor. No en vano, todas estas referencias asoman en la música compuesta bajo el pseudónimo KFK, pero no sólo.
Esta entrevista tratará de revelar muchas otras fuentes de inspiración consciente e inconsciente que alumbran su obra y su pensamiento. TActe Barcelona le agradece a Iván Sánchez-Moreno la colaboración, espléndida, en la realización de la entrevista y la edición del texto definitivo.

-¿Cuándo empezaste a estudiar música?
Yo provengo de familia de músicos. Mi padre es violinista profesional. Mi hermano estudió hasta Sexto de Piano. Y yo empecé con cuatro años, picando con dos lápices sobre una mesa como si fuese una batería. Soy de formación autodidacta. A los once o doce años hice un grupito en la escuela. Con trece o catorce ya empecé a tocar en bodas.
-¿Por qué autodidacta si ya había toda una trayectoria musical en tu familia?
Pues mira. Porque mi hermano mayor tiene talento pero le costaba muchísimo estudiar. Mi padre siempre estaba encima suyo. Y conmigo, tomó la dirección contraria, “a éste no le voy a presionar”. Siempre quedábamos para que me diese clase con el método de solfeo. Obviamente, a mí me ha gustado la música desde que nací, pero una cosa es que te guste la música y otra que tengas la voluntad y el interés para estudiar. Estudiar solfeo es durillo. Entonces, incluso me llegó a apuntar a clases particulares con vistas a ir al conservatorio. ¿Qué pasó? Que fui a la primera clase con unas niñas que ya llevaban cierto tiempo y solfeaban bien. Y el profe me dijo: “Ahora tú”. Claro, con nueve o diez años, pensé: “No quiero volver”.
Entonces, mi padre siguió con la política de “No le quiero presionar”. Pero al final, me salió. Yo me busqué un poco la vida escuchando, viendo, mirando… Evidentemente tienes que estudiar porque la técnica es importante, pero la música es algo que sale de la propia persona. Siempre lo he pensado. Yo creo que la música es, por poner un ejemplo, como el vino. Tienes el vino Vega Sicilia,por ejemplo, pero vas a un labrador y te dice: “Prueba este vino que he hecho yo. Aprendí de mi padre”. Pues un poco eso.
-Es decir, eres autodidacta y al mismo tiempo, te acompañó el deseo de tu padre que, por decirlo de alguna manera, decidió para ti otra forma de proponerte la música.
Sí, no sé que hubiera pasado si él hubiese aplicado la misma política que con mi hermano. Claro, igual hubiese sido contraproducente o igual no. Quizá ahora sería un megacrack o quizá me hubiese estropeado. No lo sabremos nunca. Se dio así y yo me formé, simplemente fui al Taller de Músics y estuve durante dos años haciendo una especie de intensivo que hacen allí.
Los textos que sirvieron de inspiración para cada uno de los discos firmados como KFK son en sí un motivo crucial para entender el por qué de la necesidad de componer. Si bien el texto del que parte No tengas miedo surgió de una experiencia personal con que una amiga quiso superar su miedo a la oscuridad, Onírico parte de las anotaciones que Javier Herrera anota en un cuaderno durante las noches que padece insomnio. Nos da más detalles a continuación.
-Tu primer álbum, No tengas miedo, es un disco conceptual que habla de la génesis de un mundo.
Sí. Yo estaba en la universidad -estudié informática- y una compañera de clase, amiga, nos explicó que ella tenía miedo a la oscuridad y lo solucionó yéndose a un faro abandonado a pasar la noche. Pasó allí la noche, se le fue el miedo y como recuerdo o no sé bien si como exorcismo, escribió el cuento en el que se basa No tengas miedo.
Yo había compuesto música ya antes. De hecho, parte de la música de Onírico, mi segundo trabajo, es previa a No tengas miedo. Después de eso estuve unos cuatro años sin componer. Esta amiga nos explicó el cuento a la que más tarde se convirtió en mi mujer a mí, y se me empezaron a ocurrir músicas que encajaban con la narración de la historia. Evidentemente, cuando compones no sale todo de carrerilla sino que tienes piezas, pequeños pedazos, que después debes coser, y aquí es donde viene un poco la técnica del compositor.
-A nivel del psicoanálisis, esto es muy interesante: tienes trozos y de alguna manera hay cosas que te permiten formalizar una continuidad natural o de sentido entre estos trozos. Tenemos pues un momento de creatividad que sitúas hacia los catorce años y después cuando encuentras la historia que da lugar a No tengas miedo. Y eso hace que salte un clic, ¿no? ¿Qué puede haber sido este clic?
Es un misterio. Qué hace saltar el clic es un misterio, pasa y ya está. Yo llevaba un periodo de tranquilidad, no se me ocurrían nuevas ideas. Y en este otro periodo pues lo contrario, empezaron a surgir ideas musicales. Yo debía tener unos veintiuno o veintidós años.
-¿Cómo escogiste la temática del segundo disco, Onírico?
Los títulos de los temas están elegidos a posteriori, una vez ya orienté el disco hacia este tema de los sueños. Bueno, más que de los sueños, de la noche, porque no hay ningún sueño en el álbum, salvo la Pesadilla quizá, no se habla de ningún sueño. O sea, no explico ningún sueño mío en el disco.
¿Me interesa mucho el mundo de los sueños? No especialmente. O sea, no tengo una razón, no lo puedo explicar. Se me ocurrió que era un buen tema. Y entonces hice un poco de trampa. Orienté los temas hacia esa dirección para darle una coherencia temática, que no narrativa, al disco.
Para salvar la impresión de discontinuidad entre las diferentes piezas que componen cada disco, Javier procuró que cada parte fluyera con naturalidad entre unas y otras, con una lógica que a veces tan sólo respondía a la sonoridad, casi de manera improvisada, sin mediar una conciencia que intentara explicar el por qué de esa conexión entre las piezas. De hecho, le llevó casi 20 años desarrollar finalmente la idea de llevar a la práctica su primer disco.
-Esto nos lleva, inevitablemente, a hablar del nombre de tu proyecto, Kant Freud Kafka.
Es una broma con unos amigos. El otro nombre que estaba pensando para el proyecto era The Úbeda Hills, “Los Cerros de Úbeda”. Pero con ese la broma me parecía demasiado evidente. Entonces me quedé con Kant Freud Kafka, aunque no explicaré a qué viene. Yo es que soy muy de la broma.
-¿Y por qué crees que escogiste esta vertiente cómica, este punto de humor en lugar de ponerle un nombre más neutro?
Claro, un proyecto de rock progresivo con una historia de música instrumental, pues este punto de humor era un poco el contrapeso. O sea, la idea era desdramatizar.
Sin embargo, la música de KFK no destila el mismo tipo de humor. Es más, resulta paradójico que en sus dos discos reine la oscuridad en muchos de sus temas. Esto respondía a la intención de Javier al escoger dicho nombre para su proyecto: hacer creer al público en general que éste era en realidad un homenaje a grandes pensadores de la cultura occidental. En el fondo, no hacía más que rendir cuentas a otras bromas serias como las de Frank Zappa o los Residents, capaces de componer discos íntegros bajo identidades inventadas o apropiándose de supuestas partituras de viejos autores de siglos precedentes que en verdad nunca existieron.
-¿Qué papel juega el cuerpo a la hora de componer?
Para que la música salga de ti, primero tiene que entrar. Y en eso el cuerpo tiene que participar, es preciso que se afecte. Yo procuro meterme en ella, que el ritmo penetre para que pueda salir. Me gustan los músicos a los que les sucede esto, no me gustan los músicos que tocan sin sangre, como si estuvieran repasando la lista de la compra. A mí lo que me interesa realmente de la música es la emoción. Para mí es un placer. Mi mujer se queja de esos momentos creativos, ya que estoy en mi mundo. Tiene mucha paciencia.
-Tras grabar la maqueta, paraste. Tomaste entonces un camino de vida lejos de la creación musical, te dedicaste a la informática. Pasaron los años hasta que llegó un momento en que sentiste que ese camino llegaba a su fin. Nos comentabas que viviste entonces un año de impasse, y tomaste entonces la opción que la mayor parte de la sociedad habría juzgado como menos razonable: dejar tu empleo estable en una empresa y lanzarte a estudiar una nueva profesión, la de traductor. ¿Qué sucedió en ese año?
En aquél momento, había un amigo con quien conversaba a menudo. De talante conservador, me empujaba a seguir en la empresa. Me decía que no le ponía fácil ayudarme, ya que lo que yo hacía era lanzar cortinas de humo para que no pudiera ver realmente en qué punto estaba. El caso es que cada vez me costaba más quedar con aquella persona: tomaba las cosas por lo que no eran. Por ejemplo, para intentar explicarle la crisis personal que estaba atravesando, un día le dije que era como si yo, siendo un hombre hasta ese momento, de golpe me hubiese dado cuenta de que era una mujer. ¡Pero no me entendía! Lo tomaba literalmente cuando se trataba sólo de un ejemplo. No es que yo me sintiese así realmente. Ahora, si tener una parte femenina es ser sensible, en la música, a ciertos temas… entonces sí, tengo una parte femenina. Pero todos la tenemos, y las mujeres tienen una parte masculina. ¿Qué problema hay en eso?
Aunque no sé cómo habría sido aquél tiempo sin aquellas quedadas, al final tomé la decisión de dejar aquél trabajo, y dejamos de vernos. Siento que salí de aquello por mí mismo. Se trataba de llegar a tierra firme, cuando me sentía en mar abierto. Hoy pienso que es la mejor decisión que he tomado en mi vida.
-¿La traducción, por decirlo así una tercera vía entre la informática y la música, cuándo aparece?
La verdad es que aparece en plena crisis. ¿Qué podía hacer para salir de aquello? Y se me ocurrió aquello, pero no recuerdo cómo. Empecé a explorar y vi que allí había trabajo. Hay en efecto un cierto sector de la traducción que busca gente con formación fuera de ese campo, como por ejemplo puede ser una carrera universitaria técnica. Me formé entonces como traductor, y después surgió el trabajo. Así empecé, y llevo 15 años.
-Traduces del inglés, ¿verdad? ¿Conoces esa lengua de antes de estudiarla como traductor?
Sí, bueno, había estado muy en contacto con ella en la carrera, claro; y por la música. Por ejemplo, en la banda de tributo a Supertramp en la que toco, canto todas las letras de memoria: si tuviera que aprenderlas ahora, ¡lo pasaría mal! Supertramp fue mi primer amor musical de la adolescencia temprana.
-¿Es entonces a través de dos lenguajes, la informática como estructura, y la música que para ti es lo emocional, como encontraste una tercera?
Exacto. Eso me da pie a pensar que yo para lo que realmente estoy preparado es para el lenguaje. Lo que pasa es que el sistema educativo no está pensado para detectar potencialidades. ¿Es deseable un mundo en que se empuje a la gente a su potencial, sea cual sea, o es mejor encauzar a la gente para colmar las carencias del mundo del trabajo?
-¿En qué momento hiciste el clic que te llevó a dejar finalmente la empresa de informática?
Fue un momento en que estuve 3 meses de baja. Me di cuenta de que no podía más. Eran signos de que mi plan de vida estaba desalineado. No coincidía lo que yo quería hacer con lo que mi mente quería hacer. Ahora estoy alineado. La traducción yo me la planteo como cuando resuelves una mesa de relojero, no sé si lo recordáis, el pasatiempo de las revistas. Para mí es como un pasatiempo, un hobby, un reto intelectual. Es como un texto críptico, tienes que resolverlo buscando pistas: para esta frase, aquel término…
-Antes decías que finalmente los astros se habían alineado… ahora retomas esa palabra.
¡Cierto! Eso me lleva a pensar en la elección del título de mi segundo álbum, Onírico, por el que me preguntabais antes. ¡Igual sí que tengo un componente esotérico oculto! En fin, la elección del tema para el disco es más o menos casual. Me interesó abordar aspectos de la noche, el sueño, el momento de duermevela… En una de las letras, por ejemplo, digo algo que pienso: dormir es morir cada día. Es para mí una manera de exorcizar el miedo a la muerte. Cuando uno duerme, han pasado unas horas de las que no recuerda nada, es como un agujero negro en la vida. La muerte no puede ser muy diferente: si durante esas horas no he sentido nada, seguramente cuando esté muerto tampoco sentiré nada.
Sueño y muerte son dos de los elementos que más se evidencian en los dos discos de KFK. Javier define el sueño como una pequeña muerte de la que no se recuerda nada, pero que tampoco duele. Al acabarse el sueño, de vuelve a la vida sin apenas consecuencias. No obstante, y tal y como sugiere el título, algunas de las piezas contenidas en Onírico surgieron de sueños de muy fuerte calado. La vigilia, en cambio, le sirve para componer de manera más fluida, pero con la angustia de que se pierda esa creatividad tan natural que fluye en estado de inconsciencia y de la que por desgracia no queda un registro grabado para poder reescribirla al despertar.
-¿Te acuerdas de lo que sueñas?
Muy puntualmente. Uno que me quedó muy grabado es un sueño terrible que tuve: fusilaban a mi hija mayor. Ella me intentaba consolar. Y en el momento del fusilamiento me desperté con un dolor, aquí, en el brazo: lo tenía absolutamente dormido. Es verdad que tengo costumbre de dormir así (hace el gesto de apoyar la cabeza encima del brazo). Estuve luego 3 días con dolor de hombro. Llegué a la conclusión de que mi cerebro había creado el sueño para despertarme.
-¡Aquí la muerte llamaba a la puerta con fuerza! ¿Cuándo fue este sueño?
Sí, para decirme “¡Reacciona!”. Integré en el sueño el dolor que realmente me estaba haciendo el brazo, y eso me hizo despertarme. Entendí que era un mecanismo de defensa. Lo tuve hará unos 10 años. El caso es que me interesa más la vigilia que el sueño, porque la vigilia es una zona de penumbra, donde la creatividad desborda. Es un problema, ya que mucha de la música que compongo así cuando estoy a punto de dormir se da entonces con una claridad, con una evidencia brutal. No se trata entonces de componer el puzle a través de las piezas, sino que fluye de forma natural. Es como el sueño común de volar: en ese momento, la música vuela. Es un fastidio, porque esa música se pierde. Al día siguiente no la recuerdo. ¡Si tuviera una grabadora conectada a la cabeza, ahora tendría 10 Oníricos! Alguna cosa de esos momentos he podido capturar en el disco, pero no sabría deciros cual. Muchas de las ideas vienen de hace muchos años, pero es ahora cuando tengo la madurez para unir los pedazos y que no suene naif. Tiene una consistencia, que te da el bagaje musical, ya que yo no tengo estudios formales de composición. Me digo: “¿tú como oyente, qué te gustaría escuchar aquí?”. Alineo entonces lo que componía de joven con mi madurez musical de ahora.
Buena parte de esa intencionalidad fue debida a la lectura de “Tu cerebro y la música”, de Daniel Levitin, un ensayo del que extrajo una serena conclusión: que la religión y la música son dos elementos que comparten todas las culturas. La trascendencia creativa que supone para Javier Herrera el proyecto KFK parece aunar ambas experiencias, vinculando dimensiones del tiempo muy distintas entre sí: su infancia y adolescencia con la recomposición personal más actual. Sin duda se trata de un campo a explorar más a menudo a través de sus próximos discos.
La entrevista fue realizada por Iván Sánchez-Moreno, José Carlos Palma y Héctor García de Frutos.