Tendiendo puentes entre el psicoanálisis y la ciudad

We’re all mad here

A cada uno le habita una extrañeza…

Domingo. 9 de la mañana. Me levanto para ir a desayunar. Todavía medio dormida me dirijo a la cocina y abro el frigorífico para buscar la leche. Entre los tomates y el queso veo un recipiente que me resulta extraño: un paquete de cacahuetes.

Digo extraño porque en principio los cacahuetes no deberían estar en la nevera, su lugar debería ser otro. Cierro el frigorífico pensando que igual ha sido una alucinación propia del despertar pero al volver a abrirlo, efectivamente, el paquete sigue ahí. En mi cabeza sólo ronda una pregunta: ¿Qué hace un paquete de cacahuetes en la nevera? ¿Quién lo habrá puesto ahí?

Tras unos segundos dando vueltas llego a la conclusión que he sido yo misma. Lo saco y me viene a la mente la canción de Tom Waits: “We’re all mad here”. ¡Qué razón tiene!

wearemad2
wearemad2

Waits en colaboración junto a su esposa, la escritora irlandesa Kathleen Brennan, editó un disco que fue la banda sonora de una obra de teatro musical de Robert Wilson, Alice, una versión de Alicia en el País de las Maravillas, que se estrenó en Hamburgo en 1992. Waits describió su disco como “canciones adultas para niños o canciones infantiles para adultos, una odisea en la lógica de los sueños y el sinsentido”.

Probablemente el título de esta canción se inspiró en uno de los diálogos más conocidos del libro de Lewis Carroll entre Alicia y el Gato de Cheshire [1]:

– ¿Qué clase de gente vive por estos parajes?.
– Por ahí, contestó el Gato volviendo una pata hacia su derecha-, vive un sombrerero; y por allá -continuó volviendo la otra pata-, vive una liebre de marzo. Visita al que te plazca: ambos están igual de locos.
– Pero es que a mí no me gusta estar entre locos -observó Alicia.
– Eso sí que no lo puedes evitar -repuso el Gato-; todos estamos locos por aquí. Yo estoy loco; tú también lo estás.
– Y ¿cómo sabes tú si yo estoy loca? -le preguntó Alicia.
– Has de estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no habrías venido aquí.

“Todos estamos locos por aquí” nos dice el Gato de Cheshire. El psicoanalista Jacques Lacan nos dirá algo semejante en un artículo publicado en 1978 en la revista Ornicar? [2]: “¿Cómo hacer para enseñar lo que no se enseña? He allí aquello en lo cual Freud caminó. Consideró que nada es sino un sueño y que todo el mundo (si se puede decir una expresión así) está loco, es decir, delirante”. Como nos recuerda el refrán: de músico, poeta y loco, todos tenemos un poco. Podemos decir que, con sus palabras, Lacan nos recuerda que todos somos diferentes y que cada sujeto tiene su singular chifladura.

Pero las chifladuras tienen su propia lógica. Una lógica que no se observa a primera vista, quizás en algunos casos una lógica llevada al extremo. Visto de cerca, el absurdo sin freno, el sinsentido, no es otra cosa que lo que llamamos normalidad. La de cada uno, por supuesto. El ser humano es tan enigmático que a veces la aparente normalidad se puede revelar como una verdadera locura. Pero “la normalidad” no existe, es más bien una ilusión. En cualquier caso lo que existe es una normalidad para cada sujeto. Esa normalidad de cada cual a menudo no se entiende. No se entiende porque en el caso de la estructura neurótica (en la psicosis hablaríamos en otros términos) forma parte de un palimpsesto: una tablilla antigua en la que se podía borrar lo escrito para volver a escribir, y que conservaba las huellas de una escritura anterior borrada artificialmente. Freud nos expone una metáfora similar cuando para hablarnos del inconsciente nos remite a la pizarra mágica[3], esas pizarras de juguete en las que se puede escribir y borrar. Pero esos escritos borrados no desaparecen del todo, quedan soterrados en ese palimpsesto de lenguaje como si fueran un sustrato arqueológico.

Así, si como nos dicen Freud y Lacan, no hay dos sujetos iguales ¿por qué se insiste en encajarlos en fenómenos de diagnóstico extendido como el TDAH, el autismo, el trastorno bipolar y tantos otros? Eso que el cientificismo disfrazado de ciencia intenta borrar a toda costa es la singularidad de cada sujeto. ¿Por qué si dos niños diagnosticados con TDAH son diferentes reciben el mismo tratamiento farmacológico? ¿Por qué no preguntarse primero sobre el enigma singular de cada uno de esos niños? Esos enigmas se pueden descifrar. El psicoanálisis puede servir para desvelar parte de ese enigma que muchas veces es como un sinsentido y entender algo de su propia lógica. Digo parte porque siempre quedarán cosas sin entender. Pero como nos dice Vila-Matas: “¿de verdad no entender es una condena? Más bien diría lo contrario, no entender es la puerta que se abre”.[4] En efecto, ese no querer comprender todo -aunque suene a paradoja- aturde y a la vez abre una puerta por la que corre el aire. Y eso alivia.

Vuelvo a la cocina, hora de comer. Abro la nevera y el paquete de cacahuetes ya no está. Se encuentra bien aposentado en la mesa. Quien sabe siquiera si esta historia es cierta o es una invención. Lo que sí es cierto es que, de algún modo, como nos dice Lacan, como nos recuerda el Gato de Cheshire y la canción de Tom Waits: “We’re all mad here”. O al menos a cada uno le habita una extrañeza, un enigma, un saber no sabido, del que podemos querer saber algo o bien ignorar. Si nos decantamos por la primera opción, un análisis puede ser un posible camino, un despertar a la locura singular de cada uno. Esa locura, esa singularidad sin réplica, también es aquello que por más que insistamos es imposible de socializar. Acercarse a ello y estar advertidos no lo resuelve ni lo borra, pero al menos da la oportunidad de hacer lazo de otra manera, con esa pequeña locura al lado, sabiendo que quienes tenemos más cerca también contienen una, la suya, quizás desconocida para ellos mismos. Un análisis da, pues, la oportunidad de hacer la experiencia de arqueólogos de nuestro propio inconsciente. Diría que lo que uno va descubriendo en esa tarea no es el despertar de una locura desenfrenada, sino más bien el despertar del sueño de esa falsa normalidad homogénea en la que muchos creen y nos quieren imponer a toda costa.

 

Notas:

  1. Carroll, Lewis. Alicia en el País de las Maravillas. Alianza Editorial. Madrid. 2010.
  2. Lacan, Jacques. ¡Lacan por Vincennes!, Jacques Lacan. Revista Lacaniana. Nº 11. 2011.
  3. Freud, Sigmund. Nota sobre la “pizarra mágica” (1925 [1924]) en El yo y el ello, y otras obras (1923-1925). Amorrortu 2011.
  4. Vila-Matas, Enrique. El sueño eterno. El País. 2015.

 

 

Comentarios (1)

Deja un comentario

Todos los derechos: Tacte Barcelona - info@tactebarcelona.com - Hecho en Verse

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios y mostrarle publicidad relacionada con sus preferencias mediante el análisis de sus hábitos de navegación. Si continua navegando, consideramos que acepta su uso. Puede cambiar la configuración u obtener más información aquí’.