Guerra, trauma, repetición. ¿Qué puede decir el psicoanálisis sobre la invasión rusa de Ucrania?
El pasado 29 de abril de 2023, el máster ‘Actuación clínica en psicoanálisis y psicopatología’ organizó un encuentro con psicoanalistas de Ucrania y Rusia para poder conocer de qué modos el deseo del psicoanálisis persevera en el contexto de la guerra de Ucrania. Nuestros colegas Olena Samoilova (NLS), Gleb Napreenko (NLS) y Arseni Maximov (este último coordinador del encuentro) demostraron en sus ponencias que la adversidad no doblega el coraje de la práctica analítica. En ellas desplegaron razonamientos incisivos en los planos teórico, epistémico y clínico. Les acompañamos en la mesa junto a Isabelle Durand (ELP).
Arseni Maximov planteó de entrada que lo propio de la explosión de un mundo son los fragmentos que restan. La verdad de un conflicto bélico son los cadáveres y sus pedazos, y qué puede leerse de lo que el Poder hace con ellos. A este respecto, subrayó como el Estado Ruso niega la existencia misma de los cuerpos, como por ejemplo en la masacre de Bucha, denunciando que las numerosas fotografías eran fake news y los caídos meros actores. Estas afirmaciones son creídas por parte de la población rusa… No en vano, el ser humano se inclina naturalmente a la denegación del horror. Se produce así un agujero histórico en ese cuerpo colectivo conformado por las narrativas estatales.
Pero más allá de ello, la guerra es un asunto íntimo. Arseni citó a Marguerite Duras: la guerra está en todas partes… pero acontece en el territorio adorable del cuerpo, en el que penetra. Nos recordó también que la guerra atenta primeramente contra lo femenino. La retórica de Putin se alimenta del odio hacia lo femenino, planteó citando a Katty Langelez-Stevens. La guerra se libra en el cuerpo de las mujeres, indicó retomando una afirmación de Guy Briole. La guerra, en tanto violencia sistematizada, se revela como síntoma de la civilización: es una hipótesis de Marie-Hélène Brousse. Es justamente por ese lado sistemático que Jacques Lacan aseveró en su seminario 16 que el poder siente la necesidad de desencadenar una guerra cada 20 años.
Ante la barbarie, Arseni recordó y abogó por el deseo de Virginia Wolf: no tener patria, formar tan solo parte de una Sociedad de Outsiders.
Olena, que se conectó con nosotros desde Kiev, testimonió de que su cuerpo se encontraba afectado por la guerra en lo más real, así como el de sus pacientes. Las sesiones acontecen entre bombas, y a la luz de las velas cuando hay cortes de electricidad. Hay un redoblamiento del peso de la realidad externa en la elaboración subjetiva. Paradójicamente, en algunos casos la guerra ha producido efectos terapéuticos en ciertos síntomas: evoca así el caso de una mujer cuya sintomatología obsesiva persistente cesó en el momento en que detienen a su marido y les arrebatan sus propiedades. La irrupción de lo real hace desaparecer las formaciones del inconsciente. En una situación de urgencia real, no hay pregunta por el sentido: ésta produce un traumatismo que se distingue del momento traumático. Explicará así el caso de una mujer que demandará un análisis semanas después de perder a su marido en el frente… para hablar en sus sesiones de su relación dependiente con la madre. Podrá situar que el marido la protegía de su presencia. No soporta, dirá, ni a los rusos invasores ni a los soldados ucranianos: quiere tirar la medalla que le otorgaron a su marido tras morir. Sin embargo, sueña. Sueña que acompaña el cuerpo herido del marido en el convoy de salvamento que trató de rescatarlo sin éxito. Sueña que le da una bofetada de odio al oficial que le comunicó con frialdad el fallecimiento. Si bien dice que personas así no merecen ser calificadas como tal, es por la bofetada que le devuelve a este hombre su humanidad. Olena evocó entonces una cita de Jacques-Alain Miller: la guerra cura la neurosis, pero no al neurótico.La urgencia de lo trágico cierra la dimensión de lo inconsciente, pero abre a un real. Menciona a dos pacientes, una poetisa y un guionista, que desde el inicio de la guerra no pueden escribir. Las palabras les parecen vanas. Lo cual choca fuertemente con lo que se le dice a los familiares de los asesinados en el frente: su muerte no ha sido en vano.
Los niños también precisan elaborar la guerra. Evocará así el caso de un niño autista, que insistentemente le pide en sesión: “dime la fecha en que va a terminar la guerra”. Él mismo se responde: “yo sé que no puedo saber esa fecha; pero sin saberla no puedo vivir”. Curiosamente, es vía la guerra que puede dar una significación a su propia vida. En efecto, no puede unir su antigua vida, acotada al estudio de los dinosaurios, con la vida de ahora. Existe una imposibilidad de reducir la guerra al signo. En ese sentido, Olena plantea que el analista es aquél que recibe aquello que no es posible alojar en otros lugares. Los pacientes nos dirigen ese real para mostrar que es un muro imposible de atravesar.
Gleb por su parte planteó que para el analista se trata, en casos así, de soportar la soledad del S1, el significante amo que trae el trauma original del lenguaje. Lo más singular, lo no todo, es algo que concierne al cuerpo vivo ante la muerte. No es algo ajeno al orden de hierro del ejército: éste responde por supuesto a este significante de otro modo: con la instrucción de mando. La orden carece de sentido en el mundo militar, pero tiene por eso mismo una significación inequívoca.
Para Jacques Lacan hay dos formas de fuera de sentido: 1) el significante de la falta en el Otro, S(Ⱥ), índice del acontecimiento fallido. 2) El Uno, el S1, como acontecimiento de cuerpo. Para articular estas dos cosas, hace falta un artificio: el amor del padre. Es un tratamiento por la vía del sacrificio.
El la democracia, evocó Gleb, hay un discurso inclusivo, para todos, con una pretensión de que no exista el resto, lo que llega hasta el extremo del reciclado de la basura. El discurso actual del Estado Ruso es en cambio forclusivo, y lo que instaura es el rechazo del otro sin límite simbólico. Así, el batallón Wagner existe y es autorizado por fuera de la ley rusa. El origen de este discurso de la guerra puede situarse en los años 90. Vira al discurso del odio que hoy abraza Putin, pero que vocifera desde hace ya unos cuantos años. Eso va de la mano con una autorización por parte de gran parte de la ciudadanía, que rechaza intervenir en lo político: asumen que ellos, los políticos, saben cosas que la población desconoce y por eso actúan como actúan. Es una defensa radical contra S(Ⱥ). Eso coexiste con el cinismo de las élites económicas; y se suma al odio institucionalizado de la diferencia. El psicoanálisis puede brindar una lectura: eso a lo que nos confronta la guerra es a la inexistencia del otro. La respuesta a eso solo puede venir del lado del superyó.
Al pasar estas notas manuscritas a ordenador, tan solo un par de semanas después del acto, el efecto fue de radical extrañeza. La impresión que sobrevino, en un esfuerzo de razón, no era tanto que el olvido se hubiera consumado con el paso de los días; sino que probablemente había silenciado con obstinación toda inscripción en el momento mismo en que se escuchaba a los colegas. Índice, me temo, de que un real se hizo presente esa mañana.
Es precisa una elucubración al respecto. Una dimensión resulta difícilmente eludible. Es la lengua: Gleb y Olena hablaron en ruso, con traducción consecutiva por parte de Arseni. Pero la lengua rusa, el decir de los colegas, se coló por los intersticios, haciendo escuchar un inaudible que producía un sentido evanescente a cada rato. La lengua extraña opera desligada del par huella-olvido. Ni siquiera las viñetas clínicas se recordaban. Las viñetas de Olena, de las que había tomado notas, son aquí reproducidas: se reconocen, pero no se recuerdan. Una sola excepción no obstante, tremendamente vaga, de un detalle de un caso que narró Gleb: evocaba el sueño de un paciente, en una iglesia (el acto aconteció en una capilla). Curiosamente, de este caso faltaban las notas. Y el acto aconteció en una capilla, la de la Clínica del Remei. De forma radicalmente distinta, la ponencia de Arseni, pronunciada en español, sí resultó reconocible al reencontrar las notas.
La actualidad de la violencia que está aconteciendo desde hace ya tantísimos meses se tornó real vía la lengua incomprensible. Es difícil saber hasta dónde llega la defensa frente a lo real, pero cabe poca duda de que alcanza muy lejos. El acto enseñó, de forma vívida, que el horror a saber es ineludible. Queda, por tanto, insistir en el esfuerzo, aunque se sienta en vano. Ello justamente porque ess posible confiar en que un real pasa, y eso deja algún rastro en algún lugar, aún cuando éste sea ilocalizable.