La singularidad como punto de partida ineludible
Ya desde los inicios, y con un largo recorrido teórico en medio, Freud plantea que la transferencia es un elemento fundamental del dispositivo analítico y, lejos de erradicarla, la asume por completo. Entonces, hay pensar que el psicoanálisis no es una clínica individual, un dispositivo de observación desde el cual se busca definir categorías objetivables; sino que es una clínica en transferencia. ¿Qué quiere decir esto? A grandes rasgos: la clínica psicoanalítica supone siempre a dos personas, es decir que es un lazo social.
Es así que la clínica supone una experiencia: el pasaje por la experiencia subjetiva de cada cual a partir de la demanda de ayuda profesional que nos convoca. Cuando un sujeto viene a consultarnos, lo que nos trae son “versiones de”, es decir, que son posiciones del sujeto ante lo que le rodea y, la versión que el sujeto tiene de aquello es lo que le trae sufrimiento.
El deseo y la transferencia modulan el síntoma.
Es de esta manera que podemos entonces entender la clínica como “lo real como imposible de soportar” (Lacan, 1976). Es decir, que un fenómeno se vuelve clínico cuando se torna imposible de soportar para un sujeto determinado.
En este sentido, la cura se dirige por la vía del deseo del sujeto; es decir, que el objetivo de la cura psicoanalítica es llevar al analizante a reconocer la verdad sobre su deseo, que pueda modificar aquella versión que le trae sufrimiento, cambiar de posición. Buscamos que el sujeto cambie de posición frente al síntoma como también que cambie de posición frente a lo que se escucha; considerando los significantes que están reprimidos y dar cuenta de si ese sujeto está en posición de escuchar lo que interpretamos.
Entonces, desde aquí, ¿qué nos queda por hacer?
Se presenta la cuestión de que los síntomas cambian de significado bajo transferencia, es decir que bajo transferencia los síntomas adquieren un nuevo sentido. Y ¿por qué ocurre aquello? Sabemos que el síntoma es una construcción, pero esa construcción tiene un pie en el Otro y como dice Enric Berenguer (2018, pp. 35): “hay algo en la transferencia en acto, resultado de la presencia real del analista, que introduce la dimensión de lo nuevo”. Pero aquí no podemos olvidar que la ética es intrínseca al psicoanálisis ya que la posición del analista no supone enseñar una moral universal, es decir señalar qué es bueno sentir, decir, pensar, desear, amar, hacer; sino que supone basarse en que cada sujeto posee un modo particular de gozar y ese modo, en el momento que viene a consultar, le trae sufrimiento y es por ello que el sujeto construye el síntoma como respuesta para poder tratar ese goce.
Por eso decimos que lo real del sujeto del inconsciente no es la realidad compartida, sino aquello con lo cual goza. Cada cual tiene esa manera de representarse ese real. Que cada quién se encuentra con lo real es un hecho, pero el modo de reprimirlo está en cada uno: es particular.
El psicoanálisis no es una dirección de conciencia
Es en esta dirección que se cuestiona la idea de “reeducar emocionalmente” al paciente. El trabajo que se propone es en cambio en relación a los significantes, de acuerdo a cómo se posiciona el sujeto, y no a dirigir la conciencia ni al paciente. En este sentido, la dirección de la cura es un análisis que se aleja de ir por la vía de los sentimientos del sujeto (lo cual no significa que se los deje de lado) y, a su vez, se aleja de una intervención ligada a los valores, prejuicios, presentimientos, intuiciones o sentimientos del analista; y esto se debe a que no es una guía moral. La dirección de la conciencia supone un paciente objeto de las órdenes del psicólogo y es allí donde el deseo resiste. En consecuencia, lo que se intenta proponer es un acuerdo, un marco o un encuadre que regula pero cuyo propósito principal es la emergencia de la singularidad subjetiva mediante la asociación libre. Se aleja así de una posición en la que se pretende enseñar una moral universal, es decir señalar qué es bueno sentir, decir, pensar, desear, amar, hacer. A su vez, no se deja por fuera que lo que se intenta es la implicación del propio sujeto en aquello que nos trae, es decir, un cambio del real en juego. Se intenta que el sujeto pueda descubrir qué deseos habitaron en sus acciones, que los pueda ir descubriendo él mismo. Entonces, se busca construir lo que se denomina síntoma analítico ya que no está dado sino que es efecto de la intervención analítica: es producto de una intervención cuya política es la del deseo.
Del síntoma al fantasma
Pero otra cuestión no debe dejarse por fuera: los rasgos únicos que indican el modo de goce particular de cada uno de una manera distorsionada, es decir que el analista debe prestar atención a los rasgos particulares que caracterizan el guión fantasmático de cada paciente. Pero, ¿a qué se hace referencia cuando se habla de guión fantasmático? Puede pensarse como algo que el sujeto articula en una escenificación en la que además se pone el juego él mismo. El fantasma es un modo relativamente estable de defenderse de la castración, de la falta en el Otro. Se puede pensar como un dispositivo que ayuda a interpretar fantasmáticamente qué desea el Otro para mí. Cualquier escena de la realidad es interpretada por el fantasma. Todo tiende así a interpretarse de la misma manera: la interpretación está fijada y esa fijación da satisfacción pero, en determinado momento, trae sufrimiento. A su vez, es necesario señalar la existencia de lo que Lacan denomina fantasma fundamental, que es inconsciente y que, en el transcurso de la cura, el analizante reconstruye en sus detalles. Sin embargo, el tratamiento no se detiene allí: el analizante debe continuar hasta atravesar su fantasma fundamental, es decir, la cura debe producir alguna modificación en el modo de defensa fundamental del sujeto, alguna alteración en su modo de goce.
Real y singularidad
Pero aquí no termina el asunto. Si bien debemos tener en cuenta las estructuras clínicas por el hecho de que cada una se define por el modo particular en que emplea una escena fantasmatizada para velar la falta del Otro, no se puede dejar de prestar atención a los rasgos particulares del guión fantasmático de cada paciente. La experiencia en la clínica psicoanalítica es algo que desborda a las estructuras que aparecen en los libros, considerándolas como relativas.
Es en esta línea que la práctica psicoanalítica nos invita siempre a centrarse en una postura crítica desde una perspectiva del sujeto, entendiendo que el sujeto se define por aquello que hace objeción a todo planteo en nombre de categorías universales.
¿Cuál es el punto central de este planteo? Que debemos preservar, como punto crucial y fundamental, la dimensión de lo singular de cada quien. Debemos encaminarnos por la regla propia del sujeto, considerando el caso por caso porque “lo que llamamos estructuras clínicas son, ni más ni menos, modalidades de construcción emprendidas por el sujeto frente a un real que resiste al saber, a lo simbólico. En cuanto tales, llevan la huella de un real, aunque sea la de su imposible absorción o la de su rechazo” (Berenguer, 2018, pp. 28).
Por ello, es que basados siempre en una posición ética, nos proponemos atender lo singular ya que lo más singular que tiene el paciente es el síntoma, porque en cada síntoma se aloja la verdad de ese sujeto que tiene relación con su historia.
Bibliografía.
- Berenguer, E. (2018). ¿Cómo se construye un caso?. Barcelona: Ned Ediciones.
- Lacan, J. (1988). “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En: Escritos. México: Siglo XXI.
- Lacan, J. (1976). Apertura de la Sección Clínica. http://www.cieccordoba.com.ar/institucion/documentos-institucionales/51-apertura-de-la-seccion-clinica?showall=&start=2
- Miller, J. (1998). “El ruiseñor de Lacan”. http://ea.eol.org.ar/03/es/textos/txt/pdf/el_ruisenor.pdf
- Miller, J-A. (1997). Introducción al método psicoanalítico. Buenos Aires: Manantial. Cap. 1.
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