Lágrimas del silencio
No entiendo cómo recuerdo lo que no viví,
son como restos de una placenta que se balancea en aguas fetales,
estertores que vibran en un charco pantanoso
que poco a poco se convierte en fango,
y que a medida que se hace más evidente y violento el recuerdo
va adquiriendo espesura, cuerpo y frialdad,
cristalizando en un engaño, una certeza carcomida
por su inexistencia, ignorancia o locura
da igual la opción que se escoja aunque no se quiera escoger ninguna.
Es un líquido en estado preembrionario
una substancia viscosa e informe que hago mía por inercia
obligado por una fuerza de la que creo que huyo,
con la que no quiero vérmelas al temer que tal vez ella
haga estallar el sonido originario que resquebraje el abismo.
Tengo miedo de que tras el estallido sólo queden sus gotas,
ora translúcidas ora más opacas dependiendo del deseo del azar,
salpicando pensamientos de entes desfigurados por su contacto con lo originario,
portadores de ideas balbucientes, oscuras y paralizantes,
almas fangosas derramadas en lo pútrido de la creación
y que no paran de escuchar cómo se esparcen las lágrimas del silencio.