Tendiendo puentes entre el psicoanálisis y la ciudad

La vida, por suerte, no funciona

Los límites del sentido común.

 En algún rincón de ese hogar llamado psique, el ser humano confiesa que la cosa no marcha como debería. ¿Pero quién dijo que eso tenía que funcionar? ¿De dónde surge esta extraña idea según la cual vivir consiste en que los presupuestos cuadren?

 Frente a su torpeza crónica, el único animal que necesita ser filósofo inventó ideas y luego se sometió a las mismas. Consecuentemente, no sabe bien si la cosa se estropeó por obedecer a las ideas, o si estaba torcida de antemano. Si autoriza la primera sospecha, prosperará la pasión del retorno a lo natural. Si reconoce la segunda, el cinismo o la cobardía devendrán tentaciones golosas.

Pero la existencia, por ser humana… ¿qué presupone?

 Partamos del sentido común…
Freud-Campbell

Posiblemente, éste podría resumirse en dos vagas ideas fundamentales que conciernen a la propiedad: en tanto individuo, tengo una mente… y también un cuerpo. Se trata, así lo elucidó Descartes, de cosas diferentes. Entre las cuales, por cierto, podemos establecer relaciones, pues se puede influenciar:

a) a la mente por la mente (es lo que llamamos razón).

b) a la mente por el cuerpo (considérese la máxima ‘mens sana in corpore sano’ ).

c)  al cuerpo por la mente (tener voluntad de hacer algo).

d) al cuerpo por el cuerpo (ejercitarse).

¿Acaso no tenemos aquí un pantallazo de las formas en que el ciudadano común trata de hacerse dueño de su destino? Y, sin embargo… éste se le escapa en no pocas ocasiones.

Como hay distintas formas de fracasar, y el buen Dios sabe que la vida debe prosperar según un orden universal, a aquello que nos desvía de la vida sana la medicina lo llama síntoma. Y esto también se considera válido para la mente.

Pueden, de hecho, ordenarse distintos síntomas psíquicos que padecen las personas en relación a esta distinción. Particularmente, si concebimos carencias o abusos en el orden de la propiedad. Así:

1) No se tiene del todo una mente en las alucinaciones verbales, paranoias de imposición del pensamiento, o ensoñaciones diurnas.

2) Se tiene en exceso una mente en las obsesiones, o en las manías.

3) No se tiene del todo un cuerpo en los síntomas de conversión, psicosomáticos, alucinaciones senso-perceptivas, o ataques de pánico.

4) Y se tiene en exceso un cuerpo en las anorexias o las conductas autolesivas.

La insistencia de estos malestares en la población, dicho sea de paso, ilustra que el sentido común no alcanza para todo… Y es que a veces la cosa marcha más mal que bien, y eso produce cierto padecimiento: a uno, a la sociedad, al sistema.

En consecuencia, el hombre moderno inventó la psiquiatría, la psicoterapia, y demás “psicosas” para nombrar y tratar estos sufrimientos. Lo cual debe querer decir que hay posibilidad de intervenir en lo que no va mediante un saber distinto al sentido común.

El psicoanálisis podría decirse que es en parte una de estas psicosas. Es una psicosa especialmente subversiva respecto del sentido común. Es una praxis que responde a un hecho: que no siempre tenemos un cuerpo, y que no siempre tenemos una mente.

¿Cómo se hace psicoanálisis? Es muy sencillo, sólo hay una regla: “diga usted todo lo que se le pase por la cabeza”. Esta invitación, llamada también asociación libre, requiere de un elemento añadido llamado psicoanalista, destinado a pescar en río revuelto. El río revuelto es que uno no sabe lo que dice su lengua. Así se disloca el sentido común: se produce una disyunción entre identidad y pensamiento. Se descubre que el pensamiento lo piensa a uno mientras uno duerme.

El material del psicoanálisis, lo que hace de éste una praxis empírica, son los dichos. Estos no se ordenan ni categorizan en base a tipos, tampoco se les da un sentido unívoco. Se toman como eventos, acontecimientos que se descifrarán por sí mismos a la luz de la singularidad de cada paciente. Si éste no es dueño de lo que dice, el analista aún menos.

Y si hay dichos, estamos en el lenguaje. Del lenguaje, una propiedad esencial es que significa, y no significa sino a partir de una puntuación. Un ejemplo casual: no evoca lo mismo decir “la mujer perdió el chaleco almidonado de aquél hombre desconocido”, que “la mujer perdió el chal, eco almidonado de aquél hombre desconocido…”.

La especificidad del psicoanálisis respecto de otras psicosas es que recoge el síntoma como inclasificable, singular, fuera de norma poblacional, etiqueta o concierto. Ello permite constatar que es un desajuste medido al servicio de la idiosincrasia del paciente. O lo que es lo mismo: disfuncionamos uno por uno, consecuentemente a nuestra propia locura. Lo cual equivale a decir que el psicoanálisis no es una psicosa ahí dónde manifiesta la imposible transformación del síntoma en categoría. El síntoma es entonces solidario del nombre propio, contrariamente a lo que proponen los manuales diagnósticos que lo transforman en sello común.

En esta coyuntura, ¿es posible saber algo del síntoma? ¿Y cambiarlo? La apuesta del psicoanálisis es que conocer su estructura permite reescribirlo. Y aquí estructura quiere decir que hay cierta lógica en la disposición que presentan los distintos elementos del síntoma. Un programa que es susceptible de rastrearse en cada caso, según operaciones que presentan aplicabilidad universal. La disfunción presenta un funcionamiento a medida.

El objetivo viene siendo poner encima de la mesa un aspecto terriblemente sólido de la existencia humana: que el sentido común (que puede describirse como el forzamiento del funcionamiento) es una pasión por desconocer la propiedad del síntoma.

En el síntoma, no hay comparación posible entre dos sujetos. Eso lleva al psicoanalista Éric Laurent a afirmar que forzar el síntoma en la norma, la categoría, es una burda simulación. El síntoma no concierne al lazo social. Lo que el psicoanalista comprueba en su práctica, cuando renuncia a ser amo de los principios morales del su paciente, es que cada uno de nosotros no cree, profundamente, más que en su síntoma1. Éste existe, tiene una densidad de la que carece la clasificación.

En contraposición, Jorge Alemán, también psicoanalista, insiste en que el síntoma no puede aparecer sino en el lazo social. Y se aventura más allá: afirma que lo social es el síntoma mismo2. Es una tesis estrictamente freudiana, si leemos ‘Tótem y tabú’.

¿Son conciliables estas dos posiciones?

Lo son. Su aparente contradicción es una ilusión óptica. Él único puente entre el individuo y lo social tiene matiz imaginario. Y no por ello es menos importante. Lo crucial, es que el sentido común ignora sus causas, y sus fines.

 

1 Laurent, É. (2009). El delirio de normalidad. Virtualia 19.

2 Alemán, J; Belaga, G.; Delgado, O. (2009). Mesa redonda sobre el lazo y el síntoma. Virtualia 19.

 

Una versión académica de este texto puede encontrarse en:

‘Conceptual: Estudios de psicoanálisis 15’.

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